miércoles, 1 de agosto de 2007

Jugando con la arena III

- “No hay mayor desprecio que no hacer aprecio”, eso era todo lo que le decía. ¿lo entiendes Lu? eso era todo, no había más.

- Pero la escuchabas

- Pero no fue suficiente. No le hacía ningún caso, ninguno. Ella hablaba y hablaba sin parar contándome todo aquello…Lucía ni siquiera la escuchaba, le soltaba la frase y me daba la vuelta. Supongo que la situación me empezaba a cansar, supongo que sólo pensaba en mí, supongo que no sé escuchar demasiado bien.

- A mí me has escuchado siempre y siempre lo has hecho bien. No te castigues con eso Alex, por favor, tú no podías hacer nada.

Pero era inútil, hacía mucho que Alex se sentía responsable de aquello. Cuando llega la culpa es muy difícil que se vaya. Como el frío, que todavía estaba con él.

Recordaba lo que le había dicho siempre su abuela. Aquello de que las personas no se mueren de repente. “cuando llega el final se van muriendo lentamente, cada día un poquito más, pero no es hasta que se mueren cuando somos capaces de apreciarlo”.

A ella le había pasado lo mismo. Antes de morir moría cada día un poquito más. Al final ni siquiera era ella, cubierta con ese aura que sólo los moribundos conocen, ese que sólo ellos arrastran hasta que su peso es demasiado grande, hasta que les asfixia y no les deja vivir más.

Tiembla cada vez que recuerda aquellos ojos bondadosos que de un momento a otro adquirían una mirada fija, casi hipnótica dirigida hacia ningún lugar en particular. Respirando un aire que sólo a ella envenenaba mansamente, con toda la paciencia del mundo, hasta que la envenenó por completo. Le suplicaba ayuda las veinticuatro horas del día y no supo escucharla.

Le temblaban las manos cuando tuvo que elegir, podía recordarlo perfectamente, no paraba de temblar, tal y como le estaba sucediendo ahora. Ella se fue y el se vació por dentro dejándose cubrir por el frío. Ese frío aterrador que todavía estaba con él.
- Cuando lo elegí todo, el ataúd, las flores…cuando lo elegí todo me fui. Ni siquiera me despedí de ella. No podía quedarme, su familia iba a querer saber lo que había pasado y yo no podía explicárselo. ¿Cómo iba a explicarles que su hija se había suicidado porque yo no supe escucharla? ¿Que la había visto agonizar un poquito cada día y no había sabido salvarla? La dejé sola, hasta el último minuto la dejé sola, hasta cuando ya no había nada que hacer la abandoné y no me digas que no podía hacer nada porque no es cierto, lo sabes igual que yo.

- Y huiste...

“Y al hacerlo te encontraste conmigo” pensó Lucia mientras le recibía entre sus brazos. “Y huí y os encontré” pensó Alex mientras se apoyaba suavemente en ella.

Entretanto la arena de la playa jugaba con su piel arrastrando a su paso un poquito de aquel frío. Al mismo tiempo que la culpa derrotada se alejaba entre las olas, pues sólo la arena tenía sitio en ese abrazo


7 comentarios:

Pugliesino dijo...

Pero no pudieron las olas llevarse consigo la fuerza de aquel abrazo.Bellísimo momento el que reflejas en tu relato, pero no lo es menos la forma con que continúas la historia.La confianza que ella le transmite, la seguridad que él halla en esa mirada.El coraje de Lucía a lo largo de la historia transformado aquí en ternura que intenta absorver una culpa finalmente derrotada,algo que él apreciará de por vida. Dos frases tan distantes y lo bien que las llevas a buen término en un sentido abrazo.
Felicidades!!
Un abrazo enorme!!

Pedro dijo...

Precioso. Has desarrollado un trama romantica realmente emotiva y la forma en que la narras es muy buena ya que evitas caer en cliches y sensiblerías facilonas. Estoy desean jugar con arena un cuarta vez.

Un saludo,

Pedro.

Carabiru dijo...

Me ha gustado mucho esta tercera parte, y por supuesto las anteriores.
Interesante el giro que la trama ha dado en esta entrega.

Un saludo.

Anónimo dijo...

Que triste niña... dsd luego esa culpa debe ser tan fuerte que le corroerá por dentro el resto de sus días... pero claro, a toro pasado es fácil darse cuenta de las cosas pero cuando ocurren a tiempo real y uno no se da cuenta... no puedes actuar porque no sabes lo que pasa. Después llegan las lamentaciones, inevitables... Pobre ella y pobre él... lo has descrito todo de una forma muy emotiva.

Un fuerte abrazo!

Anónimo dijo...

No me hubiera imaginado nada así... me has dejado de piedra y encogido el corazón. Y lo sabes, porque lo has leído en la postdata de mi relato de esta semana, que esas son las historias que me gustan a mí...
Me ha gustado muchísimo, de verdad que sí!
Besos, aplausos, flores y achuchones a montones mi niña!! pero sólo si a cambio me envías una sonrisita, ¿vale? ;)

Sobra decirte que ya sabes por dónde ando... si necesitas, lo que sea... ¡dame un grito! :*

Laura Luna dijo...

Está claro que tu fuerte es la emotividad :) Trasmites bien las emociones de los personajes y por eso me gustan tus textos, aunque debo ponerte una luz ámbar en cuanto a este relato, ya que tanto giro puede hacer que el lector se pierda :P
Un besote, Sharon,
Mun

Óscar Sejas dijo...

Yo que viví una historia parecida hace años me he sentido tan dentro de tu relato que ha llegado a doler.

No todo el mundo consigue eso cuando escribe, sólo los que dejan parte de sí mismos cuando lo hacen. Simplemente puedo decirte que comprendo bien lo que es sentirse derrotado, tocado y hundido. Por no haber sabido ver lo que quizás los ojos gritaban hacía tìempo. Pero bueno...muchas veces he oído que una vez que suceden las cosas todos tienen soluciones. Quizás lo mejor sea no torturarse aunque es díficil.

Siempre existen tablas a las que aferrarse, que aparecen de la nada. A lo mejor siempre estuvieron ahí pero nunca las necesitaste para agarrarte a ellas.

Te dejo mil abrazos y flores.

Cuídate.

Oski