viernes, 26 de junio de 2009

Lucas

No sé en qué momento de mi vida empecé a soñarte pero sí que sé que lo hice hace muchos años, cuando tu mamá y yo vivíamos todavía en la misma casa, antes de imaginarme si quiera que vendrías al mundo.

En mi sueño eres un niño de ojos azules y pelo rubio tan listo que das incluso un poco de miedo. Aprenderás con el tiempo que si hay algún rasgo que define a tu tía es el de que es cabezota hasta la muerte, por eso supongo que me negué a creerte niño y suspiré por una niña hasta que me dieron la noticia.

Lucas no quiero engañarte, me llevé una de las desilusiones más grandes de mi vida, aunque se me pasó pronto, nada más recordarte. “Un niño” me decía Marta muerta de la risa al otro lado del teléfono mientras los recuerdos de mi sueño no me dejaban ver más y aparecías delante de mí con dos años, con la sonrisa más grande que he visto en mi vida, con el pelo rubio y los ojos de tu abuela, acariciando la tripa de tu mamá a punto de dar a luz a tu hermana.

Gracias a mis sueños empecé a quererte antes incluso de saber que estarías en el mundo y aunque todavía no pueda verte hay muchas cosas que sé de ti.

Sé que tienes los ojos grandes y las pestañas largas, porque hay muchas cosas que por herencia te corresponden, aunque eso ya lo aprenderás con el tiempo y verás que los ojos es de las pocas cosas buenas que nos tocan.

Me niego a creer que tus ojos son azules, sé que son del color del tiempo, como los de tu madre y los de tu tía. Gracias a ellos verás el mundo de color marrón cuando esté nublado y de color verde cuando haga sol y no podrás engañarme nunca ni ocultar tus lágrimas porque tus ojos en ese momento serán del verde más intenso que hayas visto en tu vida.

Sé que sólo la persona que sea capaz de mirarlos fijamente descubrirá su verdadero color, descubrirá que el verde se esconde bajo manchas marrones como gotas caídas de cualquier manera sin orden ni forma definida.

Sé que tu pelo es negro por mucho que mi sueño diga lo contario y que tu piel es blanca y tu sonrisa una mezcla perfecta de las de tus padres, que harás temblar a cualquiera que te mire mientras sonríes.

No serás muy alto porque como te he explicado antes, hay cosas que por herencia nos corresponden, pero tus pasos serán firmes y sonarán allá por donde pises como lo hacen los de tu madre cada vez que sale por la puerta.

Serás inteligente como ellos y mis sueños me dicen que nos sorprenderás a todos antes de tiempo. Tendrás una salud de hierro y no nos pegarás sustos tan grandes como los que le pegábamos nosotras a tu abuela, pero serás tan rebelde como tu madre y preferirás mil castigos antes que quedarte quieto.

Serás feliz y muy afortunado porque si pudiera imaginarme unos padres mejores de los que tienes y un lugar mejor para venir al mundo no lo conseguiría.

Hoy te he vuelto a ver, me has mirado con tus ojos azules me has cogido de la mano y me has llevado hasta la habitación del hospital. Nos hemos quedado quietos, uno al lado del otro, sin decirnos nada siendo testigos de tu bienvenida al mundo, mientras tu madre te acunaba entre sus brazos y tú te retorcías intentando acostumbrarte a vivir en un entorno sin líquido.

Has tirado de mi pantalón y cuando me he agachado me has susurrado al oído el día en el que ocurriría todo eso y yo te he contestado riendo que más te valía que fuera verdad, que tú madre está cansada de llevarte a cuestas y yo tengo ganas de verte desde el primer día que sentí tus movimientos dentro de su tripa.

Me has sonreído con ganas, como siempre lo haces. “No se lo digas a mamá, tiene que ser una sorpresa” me has pedido mientras te alejabas y una niña pequeña se colocaba junto a mí.

Tiene la piel blanca y unos mofletes perfectos para llenarlos de besos. Me miraba con sus ojos grandes y del color del tiempo mientras extendía sus brazos para que la alzara del suelo. Su pelo es azul, del mismo color que lo tenía yo a su edad y le caen unos rizos preciosos que odiará con todas sus fuerzas cuando crezca, como hago yo con los míos. Baby_Blue_by_MEGAN_Yrrbby

La he cogido entre mis brazos y nos hemos despedido de ti que nos sonreías mientras te alejabas. Sé que no volveré a soñar contigo, que ahora es su turno, que a ti te cubriré de besos y a ella la abrazaré en sueños. Me ha susurrado al oído que ella no es mi sobrina y se ha reído con todas sus fuerzas al ver mi cara de asombro, llenando la habitación con un sonido capaz de hacer temblar al mundo.

Lucas te juro que si naces ese mismo día nunca en mi vida volveré a dudar de mis sueños y esperaré paciente a tu hermana y a tu prima, a las que como a ti, he empezado a querer antes de tiempo.

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Imagen: MEGAN-Yrrbby

lunes, 4 de mayo de 2009

Jueves: Primera parte II

CATALINA

Donde se confunden relojes con lunas…, empezó a escribir Claudia en su cuaderno de tapas grises nada más incorporarse del banco. Siguió con su ritual semanal exprimiendo su alma sobre las páginas, tachando y reescribiendo frases sin parar. Hasta que se quedó sin palabras, entonces miró hacia el frente buscando los ojos de Marcos pero sólo encontró el vacio. Marcos no había venido aquella tarde.

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-¿Por qué has hecho eso Cata?, ¿Por qué Marcos no ha ido al parque?

Preguntó Miguel interrumpiendo su lectura y suplicando con los ojos que le mintiera, que le contara una excusa, que le diera una respuesta que no le hiciera daño en el orgullo, una que en realidad, sabía que no iba a escuchar nunca.

-Porque Marcos tiene miedo, tiene miedo de lo que Claudia pueda enseñarle, porque sabe que es más joven y eso le asusta, le asusta que le den lecciones, porque él siempre ha tenido todo bajo control y nunca se le ha escapado nada, aunque en el fondo lo que más le asusta es…

Y no pudo continuar porque Miguel se abalanzó sobre ella para callar ese sermón que se le estaba clavando en el alma y que no podía soportar escuchar. La besó, la besó como si no la hubiera besado nunca, como juró que nunca besaría a nadie, como estuvo a punto de besarla el día que la conoció escribiendo en aquel banco de aquel parque.

Catalina se dejó, se dejó callar y se dejó querer entre sus brazos como hacía cada jueves hasta que cayeron rendidos encima de las sábanas. Catalina no hablaba, miraba por la ventana caer el sol sobre Madrid mientras se preguntaba cómo demonios había llegado hasta ahí. En qué momento se había olvidado de ella misma, cuando dejó de importarle.

Estaba cansada, lo sentía, se lo gritaba el alma, estaba cansada de los juegos, de las mentiras de todas las excusas que había escuchado y de todos los reproches que escupía por cada una de ellas, como un veneno que no puedes guardar dentro porque sabes que acabará pudriéndote el alma.

Pero en el fondo, en el fondo catalina quería a miguel como no había querido nunca a nadie. Y por mucho que escuchara cada noche una voz dentro de ella diciéndole que se alejara, que se salvara ahora que estaba a tiempo, ella siempre tragaba saliva y miraba hacia otro lado.

Porque no hay nadie más sordo que el que no quiere escuchar ni lo que le grita su propia alma y porque hacía mucho tiempo que se le había hecho demasiado tarde para salvarse.

-¿Dónde vas?-le preguntó Miguel mientras trataba de retenerla a su lado.

-Quiero volver a empezar, no me gusta lo que he escrito- dijo mientras tachaba con una cruz las tres últimas páginas.

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Claudia tiene los ojos grises y quizá por eso ve el mundo de un color que nadie entiende, o al menos eso es lo que siempre ha creído. Ella dice que ve las cosas a medio color, como si le faltara un trozo como si se lo dejara perdido allá por donde pisa. Por eso se pasa la vida buscando todo lo que cree que ha olvidado por el camino.

Claudia está buscando algo y aunque aún no sabe muy bien que es, vive exclusivamente para encontrarlo. Sus ojos grises no la ayudan demasiado, pero ella no se rinde y da un paso más cada día para ganar pequeñas batallas.

Excepto los jueves. Todos los jueves Claudia se concede un descanso, se olvida de todo y va al mismo parque y al mismo banco sin importar nada más. Se tumba y mira al cielo hasta que se le deshacen las pupilas, entonces se incorpora y escribe sus cuentos. Tiene cientos de cuadernos, todos grises, llenos de historias. Algunas no pueden leerse porque el agua de la lluvia borraba las palabras a los poco segundos de ser escritas. Otras cuestan demasiado esfuerzo porque hay millones de rayas tachando párrafos enteros.

Cuando termina, cierra el cuaderno y lo guarda, nunca lee lo que ha escrito porque no siente que le pertenezca. Se levanta y vuelve a su vida, a sus luchas, a sus victorias y a sus pequeñas batallas.

Claudia quizá no sabe lo que está buscando pero está segura de que cuando lo encuentre sabrá reconocerlo al instante.
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-¿Qué es lo que necesita encontrar Claudia?
-Al dueño de sus cuentos.
Imagen: Autor desconocido

miércoles, 29 de abril de 2009

todo Lo que nunca te digo

(Y que te debería decir)

Nunca te digo que cada vez que me pasa algo y me miras con esos ojos puedo ver toda la preocupación que encierran tus pupilas. Que es entonces cuando empiezo a sentirme mejor, que consigues con una mirada que me sienta a salvo en el mundo.

Tampoco te digo que tengo miedo de que llegue el día en que se nos acaben los temas, o las risas, o los secretos, o nuestras claves. Que me alimento a diario de ellos y que en mi mente no concibo un mundo en el que no aparezcan de forma natural y pasen a formar parte de nuestras vidas.

Que me encanta que pueda contarte mis locuras y que me quieras más por todas ellas, que disfruto del sonido de tu risa cuando te las digo y el brillo de tus ojos que ilumina toda tu cara. Que me gusta que llegues a casa lleno de besos…

(Y que me los regales todos)

Tampoco te digo que cada vez que he tenido que separarme de ti me he tenido que obligar a hacerlo, que cada km se me ha clavado por dentro, que nunca me ha dolido tanto nada y que nunca he tenido tanto miedo.

Y no te digo que lo que me duele de la distancia no es no verte, si no que haya sido demasiado grande y demasiado tiempo, que cuando volvamos a encontrarnos algo haya cambiado y pueda perderte…

(Pero que cuando me abrazas de nuevo, se para el tiempo)

No te digo que desde que estoy contigo el dónde, el cómo y el cuándo ha pasado a un segundo plano y ahora sólo me importa el con quien. Y que ese con quien eres tú porque no podría ser de otra manera.

Ni siquiera sabes que aquella noche en aquel bar me abrazaste por la espalda y me besaste el pelo y desde entonces, no ha pasado un día en que no haya cerrado los ojos y haya vuelto a sentir el roce de aquellos labios. Que supe que me había enamorado de ti el primer día que soñé contigo y que ya nunca paré de hacerlo…

(Y que cada noche cierro los ojos y te veo)

Nunca te he contado que desde el primer día que dormí contigo supe que no podría volver a dormir bien sola, que cuando lo hago tardo más tiempo en conciliar el sueño y que me paso la noche entera estirando el brazo para buscar tu cuerpo.

Ni siquiera te imaginas que cuando me conociste tenía el corazón tan roto que me había dado por vencida, que has sido el único que ha conseguido curarlo del todo aunque sé que ni siquiera eras consciente de que lo estabas haciendo.

Ni que últimamente eres una de las pocas cosas que me hacen sonreír y que consiguen atarme al mundo sin dejarme perder mis sueños. Ni que todos mis sueños los tengo gracias a ti porque has hecho que tenga ganas de alcanzarlos…

(Que fuiste la persona que hizo que volviera a escribir)

Que pienso que todas las cosas que a mí me gustan y que tú odias en vez de separarnos nos complementan. Y que las que tenemos en común nos hacen estar más cerca. Ni te digo que me encanta pasar el tiempo contigo, que me encanta hacer planes para el futuro porque sé que tú vas a estar en él.

Que sé que iremos a todos esos sitios en los que no hemos estado juntos y con el tiempo volveremos a aquellos que nos gustaron tanto, que te llevaré a Londres y te enseñaré el trozo de mi vida que me dejé en cada una de sus calles…

(Porque me debes (y yo a ti) todas tus promesas)

No te digo que me gusta que leas todo lo que escribo y que a la vez, respetes mi vergüenza sin cuestionarla y permanezcas en silencio. Ni que sé que leerás esto y al llegar a casa no dirás nada pero me llenarás de besos y se te escapará un gracias.

Ni que no podría vivir sin tener esos rincones dispersos por el mundo que son sólo nuestros. Esos que nadie entiende porqué son especiales, pero que cada vez que los pisamos nos llenamos de recuerdos.

Que Montbenon dejó de ser sólo un parque hace mucho tiempo, que el Leman y los Alpes son más bonitos cuando los veo contigo cogiendo mi mano. Que vaya donde vaya, por muy lejos que esté, me he dejado un poco de mí en cada uno de ellos…

Y que si quieres encontrarme es exactamente aquí dónde te espero.

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Imagen: Safe Creative #0904283151124


lunes, 27 de abril de 2009

Jueves: Primera parte

CLAUDIA

Las palabras llegaron, como si tal cosa, cuando dejó de buscarlas, sonrió al cielo y se incorporó sentándose en el banco. Abrió su cuaderno gris y empezó a escribir con fuerza. Tal y como siempre hacía porque a ella nunca le gustó escribir con un teclado, con un teclado las palabras nunca venían para quedarse.

No sabía sentarse delante de un ordenador en una habitación cerrada, prefería escuchar al viento susurrando en su oído todo lo que necesitaba escribir. Le gustaba equivocarse mil veces y tachar con una raya lo que no encajaba en su cuento. Con un teclado no podía hacer eso. Con un teclado borras y empiezas de nuevo olvidando tus errores, como si no fueran importantes, como si no te ayudaran a hacer mejor las cosas.

Él la miró desde lejos y la observó paciente, regodeándose en aquel ritual prohibido, saboreando cada segundo a solas con su silueta perfecta. Ella tenía esa belleza natural e inconsciente que es incapaz de pasar inadvertida. El pelo cayendo sobre sus hombros y su cabeza agachada le daba un aspecto mucho más misterioso. Se inclinaba sobre el cuaderno con una fiereza brutal, mordiéndose el labio, como si en el fondo le molestara la velocidad a la que escribía. Permanecía en una especie de trance perfecto, y cualquiera habría jurado que no era ella la que escribía, que había alguien más mandando sobre el bolígrafo, llenado las páginas de su cuaderno gris.

Era joven, lo decía su cuerpo, entre los veinte y los veinticinco, no más. Pero sus gestos, sus movimientos, hasta la luz de sus ojos te gritaban lo contrario. Parecía que había vivido demasiado, que había visto demasiadas cosas.

De repente paró, levantó la cabeza y clavó los ojos en él como si supiera que la estaba observando desde hacía un rato, como si lo hubiera sentido desde el principio. Le dirigió una sonrisa divertida y volvió a bajar la vista al cuaderno, aunque esta vez escribía sin prisa, le estaba esperando.

-¿Cómo te llamas?- le preguntó sin ni siquiera mirarle cuando le sintió sentarse a su lado.

-Marcos- respondió a sus ojos grises asumiendo su derrota, había subestimado su juventud demasiado pronto. Ella poseía el instinto de los ganadores, de los que saben que tendrán éxito en cualquier cosa que se propongan, Marcos se rindió, ahora le pertenecía.

-Te he escrito un cuento, Marcos- dijo arrancando las hojas y firmando al final de la última.

-Claudia…-leyó él- Y dime Claudia ¿cómo has podido escribirme un cuento si ni siquiera me conoces?

-No necesito conocerte para escribirte un cuento, sólo necesito que sea el cuento el que te conozca a ti- dijo sosteniendo su mirada- Son los cuentos los que nos eligen Marcos.

Sonrió, sonrió por dentro porque le sabía cazado y sonrió porque había sido demasiado fácil aunque lo cierto, es que sonrió demasiado deprisa porque no sabía lo que vendría después, no sabía dónde se estaba metiendo.

Se levantó de un salto y metió su cuaderno gris en su bolso mientras Marcos leía ensimismado la primera frase de aquel cuento.

-¡Espera!

Ella frenó en seco y se giró mientras andaba de espaldas y seguía sonriendo.

-¿Sabes? me gusta venir a escribir aquí, Marcos. A esta hora, todos los jueves, es el día en que las palabras vienen solas.

Y giró de nuevo, se alejó dejándole en el mismo banco donde había estado minutos antes, tumbada, mirando al cielo, buscando cuentos.

jueves

-Es perfecto Cata- dijo abrazándola por la espalda y besando su pelo

-Eso es porque no es del todo cierto - pensó para ella, mientras acariciaba con las yemas de los dedos el dibujo que Miguel acababa de darle.

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Imagen: Autor desconocido

lunes, 23 de febrero de 2009

Jueves


EL PRINCIPIO

- Los conserjes de noche cuidan de los hostales y todas las camareras…

- ¿Qué dices?

- Canto- Respondió al mismo tiempo que se giraba de un salto y le dejaba ver su sonrisa-¿por qué no salimos de aquí? -Le preguntó mientras trepaba por la cama hasta llegar a su altura- ¿Por qué no damos un paseo? ¿por qué no vamos a algún sitio? –Continuó preguntando casi suplicando con esa mueca tan divertida.

Él sonrió y dio un sorbo a su copa ahogando en ella todas sus excusas, ella las sabía y no necesitaba escucharlas. Catalina ahogó un suspiro cambió su rostro y dejándose caer sobre su pecho volvió a mirar por la ventana como caía la lluvia.

- A mí me gusta la lluvia Miguel, a mi no me da miedo mojarme.

Por supuesto que no le daba miedo mojarse tenía un miedo mucho mayor que ese, que él la dejara, que la apartara de su vida como apartó a todas las demás, que volviera con su mujer como siempre hacía. Que desde sus veintitrés años hasta los cuarenta y cinco de él hubiera una distancia demasiado grande, de esas que no se pueden salvar y acaban separándote antes de que te des cuenta. Ese era el miedo de Catalina, el que no la dejaba dormir por las noches ni respirar por el día.

Miguel dio un sorbo largo a su copa y la dejó sobre la mesilla sin dejar de acariciarla el pelo

- Cata, ya sabes que…

- Que tengo que irme, lo sé- dijo levantando la barbilla para poder mirarle a los ojos.

Se levantó despacio y empezó a vestirse al mismo ritmo obligando a su cuerpo que se negaba a marcharse, evitando mirarle de frente, no quería llorar antes de tiempo. Se mordía los labios para impedir que hablaran, mantenía la barbilla alta para no mostrar lo derrotada que se sentía por dentro. Él la observaba desde la cama

- Catalina…

- ¿Sí?- le preguntó ella adoptando una postura dominante con los brazos en jarras como si no le importara lo que él fuera a decirle

(Me gustaría que te quedaras), pensó pero no lo dijo, agachó la cabeza y se levantó de la cama se acercó a ella y la besó para poder callar de esa manera cualquier reproche que fuera a salir de sus labios. En el fondo de su alma sabía que era diferente, que ella era distinta que se había enamorado el primer día que la vio aunque no pudiera aceptarlo.

(Pídeme que me quede), suplicó ella en silencio mientras sentía el sabor del whisky inundando su boca. No podía respirar otra cosa, él tenía ese efecto sobre ella. Dejaron de besarse lentamente como si fueran dos marionetas que alguien se ha aburrido de manejar en un escenario olvidado y se abrazaron sin poder mirarse.

- Voy a escribir un cuento- (el nuestro)- añadió sólo para ella- y tú harás los dibujos.

- ¿Y cómo lo llamarás?

- Lo llamaré Jueves.

Él asintió comprendiendo y la besó el cuello cerrando el trato sin palabras. Se separaron despacio hasta el próximo jueves, como cada semana. Se despidieron en la puerta mirándose sin prisa, los ojos de Catalina brillaban, los de él se rendían.

Imagen:MissTake1989

lunes, 16 de febrero de 2009

El veneno del alma

Los países enfermaron de guerra y comenzaron a vomitar sangre que salpicaban sin compasión a todo aquél que como yo, fuimos a encontrarnos con la muerte.

La mirábamos día tras día a la cara hasta que nos quemaban las pupilas bajo las lágrimas, hasta que por nuestro propio bien aprendimos a no mirarla. Dejamos también de oír los gritos, de oler el miedo y de sentir las muertes. La culpa se hizo a un lado y sobrevivimos vacíos por dentro con nuestros sentidos perdidos en algún lugar de aquél infierno. Hasta el día que acabó todo, el día que ya no quedó nada y volví al abrigo de esta casa donde tú me esperabas.

Pero la verdad es que la sangre que me salpicó me envenenó de guerra y desde entonces cada noche cierro los ojos y regreso. Mis ojos ven la súplica en la mirada de los niños que ignoré en su día. Me miran con los ojos vacíos y su madurez me asusta. La culpa ha vuelto y me reclama.

Me traslado al infierno, siento en mi piel el calor y en mi conciencia el peso de mi arma. Respiro el olor ácido de la sangre y la metralla. Me abro paso entre los edificios que más que alzarse sobre el suelo parecen ser basura escupida por el cielo que cayó de cualquier manera sobre el negro asfalto.

El asfalto, la tumba de muchos que no tuvieron mejor sitio donde caerse muertos. El suelo donde vivieron el fin de sus días. El mismo que los otros, los supervivientes miran ahora al pasar rezando y recordando a todos aquellos que se hundieron allí mismo, en un día maldito.

Mis rodillas se doblan, mi sudor se resbala, mis dedos vuelven a tocar aquella tierra escarlata y de nuevo siento el dolor que me causa el veneno al traspasar mi piel. Ahora corre por mis venas, está en todas partes no hay nada de mí en este cuerpo, no queda nada sano. La guerra me enfermó el alma y por mucho que lo intentes nunca conseguirás curarla.

Por eso me lo llevo. Me llevo mí veneno a un lugar donde no te pueda hacer daño, lo entierro en el suelo donde no pueda alcanzarte. Seguramente no lo entiendas pero cada noche la guerra me visita, me susurra al oído con su aliento helado y se alimenta de mis entrañas. Ella, la guerra, me reclama. No puedo seguir acostándome a tu lado y que llegue el día en que tú también la oigas.

Sé que rezaste para que volviera, que viviste tu propio infierno, que sólo fuiste feliz el día en que volví al calor de esta casa. Pero aunque no lo creas, nunca lo hice, mis pies nunca atravesaron la puerta, nunca volví a casa. Lo cierto es que desde entonces en aquel asfalto también yace mi alma.



Imagen: Fikmonskov

jueves, 5 de febrero de 2009

Tu silla vacía

Hace tiempo que no puedo hablar contigo sin que me cortes porque tus oídos no alcanzan a escuchar mis palabras, por eso estoy aquí ahora escribiéndote esto.

Tenías cáncer y te morías, veía a la muerte cada tarde sentada a tu lado dejándote sin fuerzas. Esperaba su momento y se frotaba las manos mientras yo evitaba mirarla de frente. Acababa de enterrar a un abuelo, no podía enterrarte a ti también

Has sido el mejor enfermo que he conocido en mi vida, empezaste a ver esperanza cuando pensé que ya lo ibas a dar todo por perdido, recuerdo ahora aquella conversación en el jardín cuando me pedías que dejara a la muerte hacer su trabajo. Pero renaciste, porque una persona como tú no se sienta a ver la vida pasar de largo, yo lo celebré en silencio, una cosa es que el cáncer acabe contigo y otra que te convierta en aquello que nunca fuiste.

Te sometiste a todo el proceso sin protestar, te sentabas durante horas mientras te metíamos veneno en las venas y en vez de quejarte se te caían las lágrimas por el chico que estaba sentado a tu lado. Con tu fuerza y tus ganas de vivir te colaste en ese uno por ciento que se curaba, te reíste en la cara del cáncer como sólo tú sabías reírte de las cosas. Luchaste y ganaste, luchaste hasta que te quedaste sin fuerzas.

Pero a los tres meses volviste a perder, el tumor volvió con más fuerza que antes sin darte tiempo a recuperarte. Tampoco entonces perdiste las ganas, sentado en tu silla te tomabas todas las medicinas aun sabiendo que no eran para curarte, te agarrabas a la vida como no he visto agarrarse a nadie y al mismo tiempo, te convertiste en un ser indefenso. Parecías un niño que sólo quería que le quisieran y le dieran besos y caricias.

Nunca perdiste la sonrisa, ni el humor, nos contabas chistes y andabas por la casa con tu andador mientras te iba creciendo el pelo. Comías sin ganas y agradecías con toda tu alma un minuto de compañía. De nuevo luchaste, siendo consciente de tus posibilidades, exprimiendo los segundos entre tus manos y aunque te parezca que no, ganaste de nuevo. Yo soy humana y cobarde y nunca perdí la esperanza porque la alternativa me daba demasiado miedo. No podía aceptar que no ibas a estar más en el mundo, que llegaría el día en que tu silla de la cocina estuviera vacía.

Eres mi papá, yo nunca pude llamarte abuelo y eso es algo que nunca podré pagarte. Todos los recuerdos de mi infancia los tengo contigo, cada tarde de mi vida la pasé en tu casa. Jugando y haciendo los deberes me ayudaste a convertirme en la persona que soy ahora. Me cuidaste, nunca dejaste de estar pendiente de mí aun cuando estaba muy lejos. Tus peores miedos eran que cualquiera de nosotros sufriéramos y siempre que lloraba tú me abrazabas y me obligabas a parar porque tus lágrimas también resbalaban por tu cara sin remedio.

La última vez que te vi consciente me miraste con los ojos vacios y no fuiste capaz de reconocer mi cara, el cáncer que había conseguido dejarte sin fuerzas te estaba dejando sin memoria. No te despediste de mí, no quisiste despedirte de una extraña, el “no” rotundo que salió de tus labios me rompió el alma. Mientras me arrastraba hacia la puerta supe que te estaba enterrando en vida, que esa sería la última vez que te vería, la última vez que me hablaras. No me equivoqué, a los quince días volaba de vuelta a España.

Y a pesar de que te estabas muriendo, de que se cumplió tu mayor temor en la vida, no poder respirar, que te faltara el aliento, seguiste luchando con todas tus ganas. Esperaste a que yo llegara y nunca podré dejar de darte las gracias. Gracias papá por dejarme despedirme de ti como sólo tú te merecías, porque aunque nunca más me miraste, sé que cuando apretabas mi mano, sabías que era yo la que la estaba cogiendo.

Pensé que no podría volver a hacerlo, que no podría volver a sentarme a ver morir a alguien, que con una vez en mi vida era suficiente. No me equivoqué, no tengo perdón y lo sé y no sabes cuánto lo siento. Mientras estaba a tu lado, acariciándote la mano rogaba a quien quisiera escucharme para que murieras, para que dejaras de sufrir, nadie se merece eso. Pero cuando dejé de escucharte, cuando tu ronquido no inundaba el ambiente y se hizo el silencio, no pude evitarlo. Cerré los ojos, supliqué para volver a oírte de nuevo, te apreté la mano esperando tu respuesta y al no obtenerla te solté y salí corriendo.

Me pudo el miedo, te deje solo, te deje morir solo, a pesar de que si hubiera sido al revés tú nunca lo habrías hecho. Me habrías apretado la mano para que no pasara miedo. Habrías llorado mi muerte sobre mi frente y no en un rincón con los puños apretados, con el alma escociendo de dolor, de rabia y de vergüenza como lloré yo la tuya. Desde entonces sigue escociendo y me temo que nunca dejará de hacerlo. Perdóname tú papá, como me lo has perdonado siempre todo, porque yo nunca tendré fuerzas para hacerlo.

Ahora cada vez que entro en tu cocina y veo tu silla vacía me pongo a temblar y se me rompe algo por dentro. Yo no puedo vivir en un mundo en el que me faltes tú, por eso, desde el lunes no te veo pero te siento. Sé que estás aquí, ahora, conmigo, que me abrazas y me pides que deje de llorar mientras tus lágrimas resbalan por tus mejillas acompañando a las mías. Sé que estarás siempre, que cada vez que lo necesite volveré a oír tu voz diciéndome “no te preocupes hija, que aquí está tu abuelo para solucionártelo todo”