viernes, 9 de mayo de 2008

La Princesa Descalza


-Perdona, ¿tienes hora? el autobús está a punto de llegar y no se de que color ponerme los zapatos- dijo una voz desde el suelo.

La descubrió sentada en medio de la calle, con las piernas extendidas y la cabeza ladeada como si le faltaran las fuerzas para levantarla. Pese a lo artificial de su postura parecía estar colocada así desde hacía mucho tiempo.

No la cubría demasiada ropa y sin embargo, estaba seguro de que escondía bajo su piel mucho más de lo que nadie habría imaginado. Probablemente ni ella misma lo sabía.

Le miraba, y su mirada era pálida como su cuerpo y todo lo que la rodeaba, convirtiéndola casi en un cadáver caído en cualquier acera. De esos que no te das cuenta de que están hasta que tropiezas con su cuerpo.

Pero a pesar de todo conservaba un halo de belleza, tan perfecta que la maldición que la perseguía no había logrado borrarla. Tal vez con otra persona habría apartado la vista, habría continuado con su vida y malgastado un segundo de su tiempo en olvidarla.

Con ella no pudo.

-¿Qué estás haciendo aquí?- la preguntó al mismo tiempo que se agachaba a su lado.

-Ya te lo he dicho, estoy esperando el autobús pero no puedo irme hasta no tener los zapatos adecuados ¿me puedes ayudar?- Le preguntó de nuevo mientras cubría la desnudez de sus pies con la piel de sus manos.

-Puedo ayudarte a encontrar unos zapatos, si quieres.

-Pero tienen que ser del color perfecto- insistió ella mirando hacia al horizonte, a algún punto muy lejano pero que parecía conocer perfectamente donde se encontraba.

-Esta bien, te traeré tus zapatos, del color que tu elijas, pero dime como te llamas y desde cuando estás aquí.

-Yo no tengo nombre, lo perdí con mis zapatos y ahora tengo que ir a buscarlos, pero no puedo si tengo los pies descalzos.

Mientras hablaba levantó la cabeza por primera vez en mucho tiempo. Le miró de frente, a los ojos. Poseía la mirada de los condenados, de los que saben que todo está perdido y asumen su destino sin luchar para cambiarlo. No pudo retenerla, giró la cabeza cuando terminó su discurso, la dejó caer suavemente y siguió mirando hacia el vacío, probablemente a aquel lugar al que debía acudir para encontrar respuestas.

La observó en silencio, la tortura parecía acompañarla a cada momento. Pudo ver el martirio reflejado en el color blanco de su cuerpo, el tormento resonaba en cada sonido que salía de su garganta, arrastrándose en cada palabra que pronunciaba, mientras que la sumisión se había hecho el ama de todos y cada uno de sus pesados movimientos.

-¿Me ayudarás?- le preguntó con la voz agotada como si no esperara obtener una respuesta.

-Te ayudaré- dijo él ofreciéndole su mano- vamos a buscar tus zapatos. Vamos a buscar tu nombre.

Ella extendió la suya, no paraba de temblar.

-Pero no me dejes sola, no puedo hacerlo sola- le suplicó mientras paraba en seco a medio camino entre su mano y la de él y encogía sus dedos con fuerza en un intento desesperado de no parecer tan vulnerable.

-No lo haré

Ella sonrió al mismo tiempo que se apoyaba en él para levantarse del suelo. Seguía temblando y aunque el color mortecino aún la envolvía, su mirada había dejado de tener aquel tinte amargo de tortura.

Imagen: Cha-feily