lunes, 13 de agosto de 2007

A partir de una frase...La leyenda del árbol



Nada más despertar, se gira y lo descubre a su lado. Él está plácidamente dormido, no se atreve a despertarle por si todo fuera un sueño. Recordó en ese instante como el sonido de algo golpeando la ventana le había desvelado pero no lo suficiente para despertarla. Entonces tuvo una corazonada y se dirigió velozmente hacia la ventana y allí estaba mecida por el viento una rama, cuyo árbol no estaba esa noche ahí…Cuando el Sol comenzaba a derretir los cristales del rocío, la brisa secó las lágrimas, que por fin de alegría, se deslizaban por su mejillas.

Con una sonrisa grabada en su rostro y la firme convicción de que las leyendas existen se tiende junto a él y detiene el tiempo a su lado. Aprovecha el momento para observarle sin prisa, regodeándose en cada centímetro de su rostro. Con un suspiro se abriga en su pecho del frío de la mañana y toma la decisión de aprovechar el resto de su tiempo en el recuerdo.

Precisamente el recuerdo era lo único que le quedaba aquella mañana unas horas antes de conocerle. Revive como se despertó al alba, el sonido de una rama golpeando la ventana de su habitación terminó por arrancarla del sueño. Al girarse descubrió que su cama llevaba vacía demasiado tiempo. Él no iba a volver y ella debía dejar de esperarlo. Como un jarro de agua fría calló el peso de la verdad sobre sus hombros, su casa, su vida, su mundo estaba creado para él, aguardando su regreso. La única forma de liberarse era abandonarlo todo.

Secándose las últimas lágrimas que le quedaban asumió su destino y se dirigió sin rumbo a algún otro lugar más generoso con ella. Donde el aire no le hiciera daño al respirar. Llevaba poco tiempo en el pueblo, unos días quizá, la verdad es que hacia mucho que había perdido la conciencia de todo. Ni siquiera era capaz de recordar quien era, en que creía…

Apareció en un parque, sus pies tenían vida propia y ella les dejaba hacer pues había perdido la suya. Se detuvo frente a una silla, vieja, descolorida y desgastada, pero que guardaba el encanto y la magia a pesar de los años. Sobre ella había un libro tan viejo como ella pero con la misma magia entre sus páginas arrugadas.

Miró a su alrededor y tras comprobar que no había nadie cerca que pudiera ser su dueño, se sentó y comenzó a leer. “la leyenda del árbol” la absorbió por completo y no la soltó hasta que no fue interrumpida por la voz de él. Regresó a la realidad despacio y lo descubrió a su lado. Se perdió en sus ojos tal y como estaba sucediendo ahora, él se estaba despertando, el sonido de la rama le arrancaba de su sueño.

Los ojos de él fueron abriéndose despacio, y vio como a su lado descansaba el sentido de su vida. Una vida que cambió la mañana que la vio por primera vez. Fue en el pueblo de sus abuelos. Aquel día se dirigía como de costumbre hacia la cata que, a pocos metros del parque, en el patio, junto al foso que rodea la torre del árbol, se abría cual puerta al pasado.

Estaba enamorado de su trabajo, la arqueología, desde que vio aquella película de Indiana Jones. Y lo estaba porque a partir de ese día conocería otro significado de estar enamorado.

Gustaba de cortar camino atravesando el parque, un entrañable lugar de forma irregular donde enormes encinas entre rosales, flanqueaban sendas que convergen en una pérgola bajo la que, según le contó su abuela, solían contar cuentos. Y al pasar por allí la vio.

Sentada sobre la ya descolorida silla de los cuentos como la conocían los lugareños, leía un libro. Lo curioso es que no había nadie alrededor. Por primera vez algo se le anteponía a la emoción de su trabajo. Él se dedicaba a llenar el vacío que el paso del tiempo dejaba, pero aquel encuentro le hizo descubrir un espacio en su interior hasta ahora ignorado. Ella levantó la mirada hacia el rosal desde donde él la observaba y en ese momento, el silencio se pudo escuchar, mientras el espacio entre los dos se transformaba en versos que casi podían tocarse.

.- Como una rama – Dijo ella.
.- ¿Cómo? – Dijo él desorientado.
.- No, no, nada, discúlpeme. Pensaba en voz alta. Buenos días.
.- Buenos días. Bonita mañana ¿Eh?
.- Sí, sí así es.
.- ¿Sabe? Me llamó la atención verla en la silla de los cuentos como si contara un cuento pero… sin nadie que le escuchara.
.- Ah, no lo sabía. De hecho acabo de llegar hace poco al pueblo. Me levanté pronto y me pareció un buen lugar para leer.
.- No podía elegir mejor lugar. Yo también acabo de llegar hace poco, trabajo en los yacimientos de la vieja torre y suelo pasar por aquí para cortar camino.
.- ¿Y lo de la silla… como..?
.- Ah, lo sabía por mis abuelos, eran de este pueblo. Es una antigua tradición. ¿Lee un cuento?
.- No, es la leyenda del árbol, según cuentan originaria de este pueblo. Ni siquiera es mío, lo hallé sobre la silla.
.- ¡Anda! Y ¿de qué trata?
.- Cuenta la leyenda que un aldeano que descansaba a la sombra del árbol escuchó el sonido de una voz que se deslizaba, a la par que la brisa se acunaba entre el rumor de las hojas de la encina. Cuando trepó a ella para ver de donde provenía, pudo divisarla asomada al ventanal de la torre. Desde entonces, cada noche, acudía a escuchar aquella voz recitando versos de dolor. Y noche tras noche se fue enamorando de ella, y ella, que supo de su presencia fue cambiando el dolor por poemas de amor. Pero era un amor imposible, porque ella estaba presa a punto de desposarse con el señor de la villa. Más una noche aquella rama sobre la que se subía creció imperceptiblemente tanto que pudo llegar hasta ella y huyeron los dos. Y es que en el amor no hay distancias ¿No le parece?
.- No, a veces es tan corta que ni la llegamos a ver. ¡Vaya! llego tarde al trabajo – Dijo visiblemente sonrojado – Debo marchar. Espero volverla a ver..

“El aldeano nunca se habría escabullido de esa forma”, pensó ella al tiempo que volvía a reencontrarse con la leyenda del árbol. Al arrullo del sonido de los árboles terminó la historia, había pasado mucho tiempo y ella ni siquiera se había dado cuenta. Tanto que hasta se había hecho de noche.

Se levantó con soltura, conocer aquella leyenda le hacía parecer más ligera. Algo se había despertado en su interior, aunque quizá era demasiado pronto para descubrirlo. Una vez más dejó que sus pies marcaran solos el camino, mientras su pensamiento se perdía en el encuentro de la mañana. ¿Qué estaría haciendo él ahora?

Unos minutos más tarde sus pasos se detuvieron frente al viejo árbol. Aquel árbol desprendía vida por todas partes. Colocó la mano sobre la vieja y arrugada corteza al mismo tiempo que cerraba los ojos. El viejo árbol se mostró generoso y derrochó un poquito de su magia en ella, la suficiente para devolverle lo que había perdido. La magia se filtraba por cada poro de su mano y ella cada vez se sentía más ligera. Cuando abrió los ojos una ramita verde yacía a sus pies.

La recogió del suelo y se dirigió a su casa. Ahora por fin era capaz de saber lo que quería, ya no necesitaba que su cuerpo la guiara más veces. Cuando llegó, plantó aquella rama en el jardín mientras volvía a perderse en aquel encuentro ¿qué estaría haciendo él ahora? volvió a preguntarse

No podía dejar de pensar en ella ni lamentarse de cómo se evadió en aquella primera vez. Apoyado sobre la ventana de su ático contemplaba la silueta del viejo árbol que al día siguiente sería derribado a causa de la excavación.

La echaba de menos, nunca antes vivió tal experiencia. Tan solo su trabajo, el hecho de soñar con que nuevo hallazgo le sorprendería el día siguiente, llenaba sus días. Pero desde aquel encuentro existía un vacío que se hacía más grande con el paso de las horas, sobre todo cuando cada estaba junto al árbol que…

.- Y si… - Pensó en voz alta - Y si… pero no, no podía ser – Se repetía resignado, cuando entonces recordó las palabras de ella “En el amor no hay distancias” – Y siii… - Dijo esta vez con un semblante de esperanza.

Y sin más salió al amparo de la noche en dirección hacia el yacimiento. Cuando llegó junto al árbol y asegurándose de que se hallaba solo, sin que nadie le observara, trepó hasta la rama más cercana a la torre. De repente esta crujió y cayó al vacío.

Al abrir los ojos la encontró a su lado, mirándole sin pestañear siquiera.

-Pero ¿cómo..?
-No lo sé…estabas aquí cuando he despertado
-En el amor no hay distancias- repitió él en un susurro

Y así, con la certeza de que la leyenda era cierta se besaron mientras el límite que separa la fantasía de la realidad se evaporaba entre ambos.


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Historia escrita a medias con Ninive. ¡Todo un placer Carlos!

martes, 7 de agosto de 2007

La casa de las siete puertas

Le escuché en silencio porque escupir aquella historia parecía costarle demasiado. Su voz se rompía un poco más en cada palabra, en cada sílaba y él parecía descomponerse lentamente al pronunciarlas. Me hablaba muy despacio como si su vida se mantuviera suspendida de un delgado hilo nacido en sus labios. Ni siquiera me miraba a los ojos, los mantenía cerrados, parecían sangrarle de dolor.

- Nunca te he contado la historia de nuestra familia ¿verdad?

Me preguntó agachando la cabeza lentamente respetando el ritmo que le imponían la desazón y la vergüenza. No hizo falta que le respondiera, continuó hablando al mismo tiempo que yo le cogía una mano para hacerle el camino más fácil.

- Es complicada supongo que ya te habrás dado cuenta, no nos salvamos ninguno. Ni siquiera tú que eres tan joven consigues salvarte de la maldición que nos impone este linaje. Aquí cada uno tenemos lo nuestro, lo que nos ha tocado.

Abrió los ojos por primera vez y sin miedo se encontró en los míos. Le miré, él era el raro. Desde antes de que yo naciera le condenaron y nada ni nadie podrían quitarle esa fama. No hablaba nunca si no era para decir algo importante. Hacía cosas que nadie entendía, pero el ácido sabor de la maldición mansamente le proporcionaba el dulce sabor de la licencia. Era el raro, podía hacer lo que él quisiera.

Conmigo era diferente, a mí me hablaba, me hablaba como cualquier otra persona, nos tirábamos horas hablando. A mí me escuchaba, se preocupaba por mí, me entendía y me ayudaba siempre que podía.

-Tu abuelo, mi padre, tenía una amante. En realidad tuvo unas cuantas pero esta fue más importante. No me mires con esa cara, era algo normal. Nunca supo ocultarlo y mi madre lo sabía pero no la importaba. ¿No te has fijado en que siempre se está quejando? Era la excusa perfecta no podría tener otra mejor para dar lástima que es lo que más la gusta.

Como te iba diciendo, se metió en la cama de esta mujer y allí se enamoró de ella. Ni siquiera él podía sospechar que algo así ocurriría. Nos abandonó y tu abuela se pasaba el día llorando, lamentándose de lo que nos había hecho a todos, con todas las vecinas a su alrededor consolándola. ¿No te has fijado que siempre hay gente que le da lástima a todo el mundo? Siempre tendrán a alguien detrás que les saque del pozo sin que ellos tengan que mover un músculo. Mi madre es de esas.

Sin embargo esto fue demasiado para ella, al ver que no volvía le amenazó, él no tenía un duro todo el dinero era de mi madre y a tu abuelo no le quedó más remedio que regresar a su lado. Supongo que ella nunca se recuperó del todo de aquella historia y se volvió loca. No quiere que nadie más la abandone, sería la mujer más feliz del mundo si pudiera mantener a todos sus hijos en casa con ella. Se encargó personalmente de cada uno, nos estudió por separado y con una paciencia infinita puso en marcha su plan.

A cada uno nos hizo creer una cosa, a cada uno le impuso un castigo que le impidiera salir a la luz. A tu tía le tocó la inseguridad, no salía nunca a la calle a menos que no fuera necesario y si lo hacía no levantaba la vista del suelo. Tu padre es el depresivo, ¿no te has fijado? Siempre está triste, ha superado tres depresiones y es porque mi madre se encargó de amargarle la vida. Y yo soy el raro, yo ya la pillé mayor porque no sé si es un castigo o una bendición del cielo.

Me falta mi hermana pequeña, ¿verdad? Pero ella no tiene defectos. Ella es igual que mi madre, una mártir, una santa que le da pena a todo el mundo. No necesitaba más, es su viva imagen.

Cuando construyó esta casa tu padre y yo ya no vivíamos con ellos, nunca llegamos a vivir en esta casa pero tenemos nuestra habitación esperando nuestro fracaso en la vida para regresar a su lado. Es perverso, nos está esperando y es así tal y como te lo cuento.

Y si lo hago es porque está empezando contigo, ahora que se ha ocupado de sus hijos puede empezar a ocuparse de sus nietos. Además ahora cuenta con la ayuda de su hija. Vete, sal de aquí, márchate lo más lejos que puedas porque no vas a poder con ellas. Y sé que tú crees que puedes con todo, que no eres santa como tu abuela y que odias quedarte quieta sin luchar. Pero esta guerra la tienes perdida, si te quedas aquí mucho tiempo la casa te reclamará como suya.


La casa, siempre me había dado escalofríos. Era tan grande, tan fría. Recordé la historia de miedo que me había contado mi padre cuando era pequeña. Una de un hombre que vivía muy cerca de nosotros. Un hombre normal que se volvió loco y empezó a hacer puertas, construyó puertas en la casa mientras los vecinos encontraban un nuevo tema del que hablar. Hasta que construyó siete, se tiró todo la noche trabajando y cuando la terminó mató a toda su familia.

Nunca más lo volvieron a ver en el barrio, tampoco

se encontró su cadáver. La casa de las siete puertas, como pasó a llamarse, se derrumbó y los vecinos dejaron de hablar de esa historia. Por miedo o por lo que prefieras.


La casa de mis abuelos tiene siete puertas, siete, ni una más ni una menos y siempre he sentido que estaba maldita.


miércoles, 1 de agosto de 2007

Jugando con la arena III

- “No hay mayor desprecio que no hacer aprecio”, eso era todo lo que le decía. ¿lo entiendes Lu? eso era todo, no había más.

- Pero la escuchabas

- Pero no fue suficiente. No le hacía ningún caso, ninguno. Ella hablaba y hablaba sin parar contándome todo aquello…Lucía ni siquiera la escuchaba, le soltaba la frase y me daba la vuelta. Supongo que la situación me empezaba a cansar, supongo que sólo pensaba en mí, supongo que no sé escuchar demasiado bien.

- A mí me has escuchado siempre y siempre lo has hecho bien. No te castigues con eso Alex, por favor, tú no podías hacer nada.

Pero era inútil, hacía mucho que Alex se sentía responsable de aquello. Cuando llega la culpa es muy difícil que se vaya. Como el frío, que todavía estaba con él.

Recordaba lo que le había dicho siempre su abuela. Aquello de que las personas no se mueren de repente. “cuando llega el final se van muriendo lentamente, cada día un poquito más, pero no es hasta que se mueren cuando somos capaces de apreciarlo”.

A ella le había pasado lo mismo. Antes de morir moría cada día un poquito más. Al final ni siquiera era ella, cubierta con ese aura que sólo los moribundos conocen, ese que sólo ellos arrastran hasta que su peso es demasiado grande, hasta que les asfixia y no les deja vivir más.

Tiembla cada vez que recuerda aquellos ojos bondadosos que de un momento a otro adquirían una mirada fija, casi hipnótica dirigida hacia ningún lugar en particular. Respirando un aire que sólo a ella envenenaba mansamente, con toda la paciencia del mundo, hasta que la envenenó por completo. Le suplicaba ayuda las veinticuatro horas del día y no supo escucharla.

Le temblaban las manos cuando tuvo que elegir, podía recordarlo perfectamente, no paraba de temblar, tal y como le estaba sucediendo ahora. Ella se fue y el se vació por dentro dejándose cubrir por el frío. Ese frío aterrador que todavía estaba con él.
- Cuando lo elegí todo, el ataúd, las flores…cuando lo elegí todo me fui. Ni siquiera me despedí de ella. No podía quedarme, su familia iba a querer saber lo que había pasado y yo no podía explicárselo. ¿Cómo iba a explicarles que su hija se había suicidado porque yo no supe escucharla? ¿Que la había visto agonizar un poquito cada día y no había sabido salvarla? La dejé sola, hasta el último minuto la dejé sola, hasta cuando ya no había nada que hacer la abandoné y no me digas que no podía hacer nada porque no es cierto, lo sabes igual que yo.

- Y huiste...

“Y al hacerlo te encontraste conmigo” pensó Lucia mientras le recibía entre sus brazos. “Y huí y os encontré” pensó Alex mientras se apoyaba suavemente en ella.

Entretanto la arena de la playa jugaba con su piel arrastrando a su paso un poquito de aquel frío. Al mismo tiempo que la culpa derrotada se alejaba entre las olas, pues sólo la arena tenía sitio en ese abrazo