miércoles, 17 de septiembre de 2008

Sous mes draps

Hoy mi cama te sueña vacía, otra vez. Sola, abrí los ojos y observé sobre la almohada la ausencia que gimieron anoche mis lágrimas, la huella de mi cuerpo buscando el tuyo dibujada en el lienzo blanco de las sábanas.

Te he dejado olvidado en otro colchón a kilómetros de distancia del mío. Ese que un día los dos compartimos, el que fue nuestro mundo antes de que yo saliera por la puerta y perdiera todas mis cosas en tu cama.

Perdí tus abrazos, tus besos, tus labios, tu sabor en mi saliva, tu olor en mi piel. Perdí todos los te quiero que susurrabas a mi oído haciéndome cosquillas con tu voz, tu mano cogiendo la mía mientras duermo, tus caricias para despertarme de mis pesadillas, tu respiración en mi cuello, tus dedos dibujando formas en mi piel, perdí tu voz dándome los buenos días y tus besos dándome las buenas noches.

Junto con todas esas cosas, muchas de las mías dejaron de tener sentido, se conservan inútiles en mi cuerpo, llorando sus defectos, buscando acabar con la deformidad que encierra su forma si les falta la tuya.

Mi sonrisa, por ejemplo, muere cada mañana en mi boca al no obtener tu respuesta. Guardo mis besos en mis labios porque no encuentran los tuyos para recogerlos. Mi nariz ha dejado de respirar el aroma de tu cuerpo, mis manos se abrazan a la almohada buscando desesperadas que recibas sus caricias. Mis ojos no se iluminan porque ya no te ven, mi cuerpo ya no se mezcla con el tuyo. Mi cabeza no descansa sobre tu pecho, mis dedos no se enredan entre tus rizos y mi piel tiembla de frío cada noche porque la tuya no está para arroparla.

Pero el día que me fui no lo perdí todo, me llevé lo que pude para que mi marcha no hiciera tanto daño, para que tu ausencia no me doliera tanto. Las guardé entre mis brazos para después colocarlas una a una sobre mi cama, las cubrí con la sábana y cada noche sueño sobre ellas y las acaricio con las manos.

Sueño tu voz cuando sonríes, la forma en la que tu sonrisa nace en tus labios cuando ves la mía. Sueño tus ojos mirando firmemente mis pupilas. Tu infinita paciencia ante mis miedos, tu lucha por acabar con ellos, la forma en que consigues que confíe en mí misma cuando yo ya he perdido toda esperanza. Sueño cada una de las palabras que me has dicho, tus dedos secando mis lágrimas. Sueño con el color de tu risa, el sonido de tus labios, las caricias de tu mirada y el sabor de tus manos, sueño todas y cada una de las cosas que nos hacen parecernos tanto, todo lo que tenemos en común y lo que no. Sueño con tu forma de quererme, de cuidarme, con todo lo que me has hecho sentir, con todo lo que guardo en mi memoria. Y me despierto con la forma en que todo mi mundo se desploma cada vez que un te quiero se escapa de tus labios.

Puede que mi cama no lo sea, puede que esté en otro sitio, en uno en el que se respira tu olor entre las mantas, en el que no existe la ausencia de tu cuerpo, en el que hay un hueco para el mío debajo de las sábanas.

Imagen: Teressia

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(Feliz cumpleaños :) )

lunes, 15 de septiembre de 2008

My love in the bin


Hoy después de muchos días de obligado alejamiento de internet y sobre todo de los blogs, los seguros de daños, la ley del contrato de seguros y la de ordenación y supervisión de los seguros privados han podido con mi paciencia y mi fuerza de voluntad.

Me podría arrepentir pero no lo hago porque:

1. El derecho del seguro puede con la paciencia de cualquiera, sobretodo con alguien que como yo, con el tiempo se ha vuelto redomadamente tonta para estudiar letras y prefiere los números por encima de todas las cosas.

2. Leer la entrada de Sara me ha hecho recordar otros tiempos…

He recordado cuando mi padre se pasaba las tardes delante de mi cama enseñándome a leer con ese libro que todavía guardo en mi mesilla. Tenía cuatro años, no podía jugar sin ponerme a toser y pensó que los libros eran lo único que podría entretenerme. El problema fue que con tanto tiempo para leer me quedé sin cuentos en seguida. Así que empecé a escribirlos yo, en esa máquina de escribir con esas teclas tan duras que aporreaba durante tardes enteras aunque luego mi dedo sufriera las consecuencias. El día que la tuve que tirar a la basura lloré un montón, por mucho que me gustara mi ordenador nuevo y por mucho que las teclas fueran más blandas, nunca sería igual que mi máquina de escribir.

Escribí cientos de cuentos, todos pasaban por las manos de mi padre y de mi madre y fue esta última quien se encargó de guardarlos hasta que empecé a hacerlo yo. Ahora tengo carpetas enteras llenas de relatos infantiles absurdos que nunca verán la luz porque no puedo volver a leerlos sin que me arda el alma de vergüenza.

El último cuento que le enseñé a mi madre lo escribí con diez años, recuerdo su cara de estupefacción mientras me preguntaba repetidas veces que si lo había escrito yo sola. Después de enfadarme y de jurarle que sí que lo había hecho, ella hizo algo que no la perdonaré en la vida y que me hizo castigarla para siempre sin volver a leer nada que haya escrito yo.

Reveló mi secreto a lo que para mí, en ese momento, era el mundo entero. Se lo enseñó a mi tío, el escritor, mi ídolo, sin decirle quien lo había escrito. Cuando mi madre me devolvió el cuento lo encontré llenó de anotaciones al margen, círculos y subrayados. Al final había escrito la que sería mi primera crítica literaria, hizo un análisis de todos los elementos que formaban lo que él calificaba como “obra maestra” (por mucho que yo lo considere uno de los cuentos más absurdos que hay en este mundo). Pero mi madre no conforme con eso, habló con mi profesora porque seguía dudando que una niña de diez años hubiera escrito algo así.

En ese momento me sentenció de por vida, o al menos eso me pareció a mí, entonces tenía diez años y mi mundo era muy pequeño. Pasé a convertirme en “la niña que sabe escribir”. Yo que nunca había destacado en nada, a parte de compartir mi titulo de empollona con una docena de niñas, de repente me conocían y eso me mató por dentro.

Escribir dejó de ser algo bonito para ser mi peor martirio, me obligaban a escribir cosas para las que no tenía ni tiempo ni ganas. Cuando tenía trece años mi profesora de lengua y literatura organizó un concurso, había que escribir una poesía y había que presentarse sí o sí. Menos yo, que no participaría en el concurso, no habría premio para mí.

En realidad era una buena oportunidad, era la oportunidad que yo había estado esperando. Tenía la convicción de que si era la única persona de todo el colegio que escribía no era porque fuera la mejor, si no porque el resto no se molestaba en competir con alguien al que creían perfecto (por muy lejos que esté y haya estado siempre de serlo).

Pero me presenté porque era la única vez en mi vida que me presentaría a algo porque quería hacerlo y la única que no me darían la importancia absurda y vergonzosa que me daban y por culpa de la cual mi madre sigue soportando su castigo.

Por aquel entonces yo estaba enamorada. Y no, no era un amor para no tomarse en serio como hace la mayoría de la gente con el amor adolescente. Precisamente por eso, porque era adolescente era, si cabe, el más importante, el primero, el puro, el que ama sin esperar nada a cambio y se entrega sin contemplaciones porque todavía nadie lo ha roto en pedazos.

Pero como la mayoría de esos amores era un amor imposible, cosa que me hacía sentirlo con más fuerza. Yo era una bomba de sentimientos a punto de explotar y no encontré mejor forma de hacerlo que en esa poesía.

El problema era que tenía que camuflarlo, bajo ningún concepto permitiría que se descubriera el protagonista de esa historia. Por eso dejé que fuera mi amor el que hablara en ese poema. Empezó presentándose, contaba su historia, asumía en cada palabra la imposibilidad de su existencia y la eminencia de su muerte. Era una confesión, un grito desesperado de impotencia. Recuerdo que terminaba despidiéndose, llorando su propia muerte pues sabía que, como todos los amores adolescentes, moriría en el olvido y le daba las gracias a él por haberle dado la vida pese a todo lo que sufría al vivir.

Era una poesía desgarradora, era mi propio corazón encogiéndose por el dolor más intenso que había conocido. Pero no rimaba, y no rimaba porque yo no quise que lo hiciera, mi amor era imperfecto, no se podía dividir en párrafos ni cantar con rimas. Era una sucesión de líneas inconexas a las que ni yo misma podría llamar versos. Pero era poesía, siempre lo fue.

Mi profesora después de leerla me llamó para decirme que como alguien como yo podía haber escrito basura como esa. “Esto no es una poesía, son divagaciones sin rima, sin sintaxis, sin nada”. Después respiró hondo y me dijo que sería nuestro secreto, que nadie más lo sabría. La pedí mi poesía doscientas veces pero no quiso dármela, la rompió en mi cara para que dejara de hacerlo. La rogué doscientas veces más porque no había más que esa copia y cuando me iba a dar por vencida, me di la vuelta llorando de rabia intentando recuperar los trozos de la basura.

Me costó un suspenso, un odio eterno por su parte y una tutoría con mi madre.

En ese momento le jure la guerra al colegio, me saltaba todas las normas sin que nadie pudiera evitarlo. Mi pluma se convirtió en mi aliado, tenía que seguir escribiendo porque nadie se atrevía a tomar mi relevo. Los editoriales de la revista del colegio, esos que tenían que respetar a Dios sobre todas las cosas, fueron dados la vuelta para acabar criticando a la iglesia y sus rituales antinaturales, como pasé a definirlos.

Me las ingenié para no volver a sufrir la censura, lo maquillé todo con toques de lo políticamente correcto, que era lo que ellos esperaban, y me sentaba a esperar, con una sonrisa amplia y satisfecha, sus miradas de odio por el pasillo. Me convertí en lo que ellas denominaban como la reencarnación del anticristo y fui castigada permanentemente con cincos en religión aunque mis exámenes fueran los mejores de la clase.

Pero lo cierto es que perdí, por muchas batallas que ganara después, el día que ella rompió mi poesía yo perdí la guerra. No se puede ganar nada luchando sin corazón y ella había tirado el mío a la basura después de romperlo en trozos. Soy incapaz de recordarla, intenté volver a reproducirla de nuevo pero supongo que la rabia de ese momento no me ayudó en absoluto. Sólo recuerdo la última frase, un fantasma de todo aquello que de vez en cuando me devuelve a otro tiempo, a aquél en el que por mucho que doliera, disfruté del amor más incondicional de mi vida.

Moriré y te perderé

Quiero pensar que lo resume todo, que me llevé un trozo conmigo, que al final no me lo dejé todo en la basura .

Imagen: Woomonster