miércoles, 29 de abril de 2009

todo Lo que nunca te digo

(Y que te debería decir)

Nunca te digo que cada vez que me pasa algo y me miras con esos ojos puedo ver toda la preocupación que encierran tus pupilas. Que es entonces cuando empiezo a sentirme mejor, que consigues con una mirada que me sienta a salvo en el mundo.

Tampoco te digo que tengo miedo de que llegue el día en que se nos acaben los temas, o las risas, o los secretos, o nuestras claves. Que me alimento a diario de ellos y que en mi mente no concibo un mundo en el que no aparezcan de forma natural y pasen a formar parte de nuestras vidas.

Que me encanta que pueda contarte mis locuras y que me quieras más por todas ellas, que disfruto del sonido de tu risa cuando te las digo y el brillo de tus ojos que ilumina toda tu cara. Que me gusta que llegues a casa lleno de besos…

(Y que me los regales todos)

Tampoco te digo que cada vez que he tenido que separarme de ti me he tenido que obligar a hacerlo, que cada km se me ha clavado por dentro, que nunca me ha dolido tanto nada y que nunca he tenido tanto miedo.

Y no te digo que lo que me duele de la distancia no es no verte, si no que haya sido demasiado grande y demasiado tiempo, que cuando volvamos a encontrarnos algo haya cambiado y pueda perderte…

(Pero que cuando me abrazas de nuevo, se para el tiempo)

No te digo que desde que estoy contigo el dónde, el cómo y el cuándo ha pasado a un segundo plano y ahora sólo me importa el con quien. Y que ese con quien eres tú porque no podría ser de otra manera.

Ni siquiera sabes que aquella noche en aquel bar me abrazaste por la espalda y me besaste el pelo y desde entonces, no ha pasado un día en que no haya cerrado los ojos y haya vuelto a sentir el roce de aquellos labios. Que supe que me había enamorado de ti el primer día que soñé contigo y que ya nunca paré de hacerlo…

(Y que cada noche cierro los ojos y te veo)

Nunca te he contado que desde el primer día que dormí contigo supe que no podría volver a dormir bien sola, que cuando lo hago tardo más tiempo en conciliar el sueño y que me paso la noche entera estirando el brazo para buscar tu cuerpo.

Ni siquiera te imaginas que cuando me conociste tenía el corazón tan roto que me había dado por vencida, que has sido el único que ha conseguido curarlo del todo aunque sé que ni siquiera eras consciente de que lo estabas haciendo.

Ni que últimamente eres una de las pocas cosas que me hacen sonreír y que consiguen atarme al mundo sin dejarme perder mis sueños. Ni que todos mis sueños los tengo gracias a ti porque has hecho que tenga ganas de alcanzarlos…

(Que fuiste la persona que hizo que volviera a escribir)

Que pienso que todas las cosas que a mí me gustan y que tú odias en vez de separarnos nos complementan. Y que las que tenemos en común nos hacen estar más cerca. Ni te digo que me encanta pasar el tiempo contigo, que me encanta hacer planes para el futuro porque sé que tú vas a estar en él.

Que sé que iremos a todos esos sitios en los que no hemos estado juntos y con el tiempo volveremos a aquellos que nos gustaron tanto, que te llevaré a Londres y te enseñaré el trozo de mi vida que me dejé en cada una de sus calles…

(Porque me debes (y yo a ti) todas tus promesas)

No te digo que me gusta que leas todo lo que escribo y que a la vez, respetes mi vergüenza sin cuestionarla y permanezcas en silencio. Ni que sé que leerás esto y al llegar a casa no dirás nada pero me llenarás de besos y se te escapará un gracias.

Ni que no podría vivir sin tener esos rincones dispersos por el mundo que son sólo nuestros. Esos que nadie entiende porqué son especiales, pero que cada vez que los pisamos nos llenamos de recuerdos.

Que Montbenon dejó de ser sólo un parque hace mucho tiempo, que el Leman y los Alpes son más bonitos cuando los veo contigo cogiendo mi mano. Que vaya donde vaya, por muy lejos que esté, me he dejado un poco de mí en cada uno de ellos…

Y que si quieres encontrarme es exactamente aquí dónde te espero.

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Imagen: Safe Creative #0904283151124


lunes, 27 de abril de 2009

Jueves: Primera parte

CLAUDIA

Las palabras llegaron, como si tal cosa, cuando dejó de buscarlas, sonrió al cielo y se incorporó sentándose en el banco. Abrió su cuaderno gris y empezó a escribir con fuerza. Tal y como siempre hacía porque a ella nunca le gustó escribir con un teclado, con un teclado las palabras nunca venían para quedarse.

No sabía sentarse delante de un ordenador en una habitación cerrada, prefería escuchar al viento susurrando en su oído todo lo que necesitaba escribir. Le gustaba equivocarse mil veces y tachar con una raya lo que no encajaba en su cuento. Con un teclado no podía hacer eso. Con un teclado borras y empiezas de nuevo olvidando tus errores, como si no fueran importantes, como si no te ayudaran a hacer mejor las cosas.

Él la miró desde lejos y la observó paciente, regodeándose en aquel ritual prohibido, saboreando cada segundo a solas con su silueta perfecta. Ella tenía esa belleza natural e inconsciente que es incapaz de pasar inadvertida. El pelo cayendo sobre sus hombros y su cabeza agachada le daba un aspecto mucho más misterioso. Se inclinaba sobre el cuaderno con una fiereza brutal, mordiéndose el labio, como si en el fondo le molestara la velocidad a la que escribía. Permanecía en una especie de trance perfecto, y cualquiera habría jurado que no era ella la que escribía, que había alguien más mandando sobre el bolígrafo, llenado las páginas de su cuaderno gris.

Era joven, lo decía su cuerpo, entre los veinte y los veinticinco, no más. Pero sus gestos, sus movimientos, hasta la luz de sus ojos te gritaban lo contrario. Parecía que había vivido demasiado, que había visto demasiadas cosas.

De repente paró, levantó la cabeza y clavó los ojos en él como si supiera que la estaba observando desde hacía un rato, como si lo hubiera sentido desde el principio. Le dirigió una sonrisa divertida y volvió a bajar la vista al cuaderno, aunque esta vez escribía sin prisa, le estaba esperando.

-¿Cómo te llamas?- le preguntó sin ni siquiera mirarle cuando le sintió sentarse a su lado.

-Marcos- respondió a sus ojos grises asumiendo su derrota, había subestimado su juventud demasiado pronto. Ella poseía el instinto de los ganadores, de los que saben que tendrán éxito en cualquier cosa que se propongan, Marcos se rindió, ahora le pertenecía.

-Te he escrito un cuento, Marcos- dijo arrancando las hojas y firmando al final de la última.

-Claudia…-leyó él- Y dime Claudia ¿cómo has podido escribirme un cuento si ni siquiera me conoces?

-No necesito conocerte para escribirte un cuento, sólo necesito que sea el cuento el que te conozca a ti- dijo sosteniendo su mirada- Son los cuentos los que nos eligen Marcos.

Sonrió, sonrió por dentro porque le sabía cazado y sonrió porque había sido demasiado fácil aunque lo cierto, es que sonrió demasiado deprisa porque no sabía lo que vendría después, no sabía dónde se estaba metiendo.

Se levantó de un salto y metió su cuaderno gris en su bolso mientras Marcos leía ensimismado la primera frase de aquel cuento.

-¡Espera!

Ella frenó en seco y se giró mientras andaba de espaldas y seguía sonriendo.

-¿Sabes? me gusta venir a escribir aquí, Marcos. A esta hora, todos los jueves, es el día en que las palabras vienen solas.

Y giró de nuevo, se alejó dejándole en el mismo banco donde había estado minutos antes, tumbada, mirando al cielo, buscando cuentos.

jueves

-Es perfecto Cata- dijo abrazándola por la espalda y besando su pelo

-Eso es porque no es del todo cierto - pensó para ella, mientras acariciaba con las yemas de los dedos el dibujo que Miguel acababa de darle.

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Imagen: Autor desconocido