viernes, 11 de julio de 2008

Smokers

Colgué el teléfono y me quedé unos segundos mirando la pantalla, no podía creer lo que acababa de escuchar.

Sin soltarlo, cogí la cartera, el paquete de tabaco y las llaves del coche y conduje durante todo el camino esperando que mi móvil volviera a sonar, que alguien me dijera que todo había sido una broma, que no había pasado nada. Pero no ocurrió.

Él estaba esperándome fuera, me saludó sin fuerza y volvió a sentarse en los escalones, me senté a su lado y le ofrecí un cigarro.

-¿No quieres entrar?- me preguntó mientras lo cogía.

-No

-Podemos ir a la cafetería, si quieres, o podemos subir, o…

-No, no quiero entrar ahí, prefiero quedarme fuera- le corté mientras él agachaba la cabeza y asentía en silencio.

Hacía calor, pero yo no sentía nada, estaba helado por dentro

-¿Te has fijado? –Me preguntó mientras señalaba a nuestro alrededor- ¿te has fijado en la cantidad de gente que hay aquí fuera? ¿En qué todos estamos fumando?

- Porque no podemos hacer otra cosa- dije siguiendo su mano para volver segundos después a mirar al suelo, no quería ver aquello.

-Alomejor él también lo está viendo

-Es posible, si yo fuera él, habría salido fuera, no me gustan esos sitios por dentro.

-¿Y qué crees que piensa?- me preguntó mirándome a los ojos- quiero decir, si yo fuera él y saliera a la calle y viera esto, ¿Qué pensaría?, ¿Crees que lo sabe? ¿Qué se ha dado cuenta?

-Puede que si, puede que lo sepa y sólo quiera salir corriendo, lo más rápido que pueda, perderse entre aquellos árboles- dije señalando el bosque que había en frente de nosotros- O puede que no, puede que no lo sepa porque no hay más ciego que el no que no quiere ver y porque no hay nadie que pueda decírselo.

Estuvimos un rato en silencio mirando a nuestro alrededor, viendo aquellas caras, las mismas que las nuestras. Las de la gente que lo tiene todo y de repente le quitan una de las cosas que más le importan, así, sin avisar. Con el corazón destrozado, esparcido por el suelo, fumando, sujetando la colilla entre los dedos como si eso les fuera a devolver lo que habían perdido dentro y me pareció la imagen más triste que había visto en mi vida.

-Aunque conociéndole-dije mientras daba la última calada- diría que ha salido, nos ha visto y se ha dado cuenta. De repente se ha dado cuenta, que nada va a ser como antes, que todo ha cambiado, que quizá sea la última vez que nos vea, que nunca se llegó a despedir de toda la gente que ha conocido alguna vez en su vida. Y sé que se ha dado la vuelta y ha intentado volver a entrar, volver a su cuerpo, empezar de cero. Es más, diría que toda la gente que está igual que él, ahí dentro, están haciendo lo mismo, están intentando volver a entrar mientras nosotros estamos aquí fuera, fumando

-Porque no podemos hacer otra cosa.

-Porque no hay nada más que hacer- añadí mientras apagaba la colilla en el suelo y miraba hacía la puerta.

Y en ese momento me pareció verle, intentando entrar, suplicando por otra oportunidad, con el corazón destrozado, negándose a girar la cabeza hacia nosotros, hacía la imagen más triste que vería en su vida.


Imagen: ineedmoney900

martes, 8 de julio de 2008

La última pregunta

La interrogación sin punto sólo sería una curva peligrosa, a la que intentar aferrarse con todas tus fuerzas antes de cerrar la pregunta que la origina.


Yo tenía millones de preguntas sin punto, tantas que mis manos no eran capaces de abarcar a todas ellas y resbalaban una y otra vez por líneas sinuosas y deformes.


El motivo por el que carecían de punto era, sin ninguna duda, que no quería saber la respuesta, sobrevivía en un mundo en el que las preguntas quedaban tendidas en el aire y las respuestas atrapadas en tu boca.


-Es mejor así- te decía y tú asentías con la cabeza al mismo tiempo que tragabas las palabras que no había querido escuchar.


Pero no me pasaba sólo a mí, tú también guardabas mil preguntas que no querías terminar. Lo sabía porque las respuestas me arañaban la garganta y a veces no me dejaban respirar, pero no me quejaba, las empujaba al fondo de mi alma y una nueva interrogación incompleta resbalaba entre mis dedos.


Al final me perdí yo entre las líneas, tanto, que llegó un momento en el que dejé de saber donde empezaba y donde acababa la pregunta que se gestaba en mi cabeza, y mientras resbalaba por los múltiples trazos incompletos, tu mano me alcanzó y me trajo a tu lado. Tus brazos me sujetaron tan fuerte que una última curva quedó atrapada entre los dos.


Fue en ese momento cuando decidimos ponerle el punto y descubrimos que al final los dos teníamos la misma pregunta y guardábamos la misma respuesta.


Desde entonces vivimos sin plantearnos nada, utilizamos la mirada para preguntar lo necesario y las caricias para dar respuesta a lo que sólo los dos sabemos.