La belleza era su mayor bendición, pero también su maldición aquella maldición que la fue consumiendo lentamente, esa que la rompió en pedazos convirtiendo el resto de sus días en una lucha para encontrar la forma de volver a encajarlos.
Su rubia melena llena de bucles, esos ojos tan verdes que hacían daño cuando te miraban de cerca y su generosa anatomía formaban un regalo sólo con contemplarla. Era una princesa, su madre se lo repetía a diario cuando la peinaba el largo cabello cada mañana. Una muñeca, coreaba su padre cuando la exhibía orgulloso por la calle.
Pero el tiempo pasó y la maldición rodeó su belleza con una jaula de espinas
Adelgaza
Y adelgazó, hasta que se volvió a romper
-¿Porqué sacas un nueve y medio cuando puedes sacar un 10? -le preguntó su padre sin piedad, sin apartar su mirada incluso cuando ella le suplicó en callados gritos con sus perfectos ojos verdes
El segundo golpe le hizo sangrar el alma, un nuevo pedazo se precipitó al suelo, resbalando entre sus manos de muñeca que habían corrido a salvarlo. Mientras volvía a interpretar esa frase:
Esfuérzate más, no es suficiente
Adelgazaba cada día, se rompía cada día, por dentro, por fuera, daba igual. La báscula se lo advertía, lo gritaba a pleno pulmón. Pero sus ojos, rotos, dirigiéndose al espejo le mostraban una realidad distinta. La muerte observaba la escena con toda la paciencia del mundo mientras la jaula de espinas la asfixiaba y la hacía sangrar, llevándose también sus fuerzas.
Sola, en aquella triste habitación de ese hospital, rodeada por otras muñecas, algunas más rotas, otras menos. Se preguntaba cuando empezó todo aquello y porqué. Necesitaba que alguien le explicara en qué momento había dejado de ser perfecta a pesar de haber puesto toda su alma en conseguirlo. En qué se había equivocado si lo único que hacía era esforzarse para seguir siendo la princesa que su madre le repetía hasta la saciedad que era.
Sal de aquí como sea
Hoy ya no es perfecta, tiene los ojos rotos y le falta la mitad del cuerpo, como un cuadro a medio pintar. Ahora lucha a diario por no volver a ser una princesa, por ser perfecta por dentro aunque esté incompleta por fuera. Y a pesar de que el espejo sigue ofreciéndole esa deforme imagen cada vez que se atreve a mirarle de frente, ha aprendido a escuchar a la báscula.
Cada día encuentra una pieza nueva, la coloca en su sitio con una sonrisa y llora con una lágrima la cicatriz que la rodea. Sigue siendo una muñeca despedazada, pero sabe que llegará el día en que logre encajar todas las piezas y cure sus ojos rotos.
Para ti guapa, que el día que me contaste tu historia todavía seguías llorando. Que lloré contigo cuando me dijiste eso de que una anoréxica nunca se cura, que sólo aprende a vivir con ello. Tienes los ojos rotos pero haces caso de la báscula y no del espejo. Cada día recoges un pedazo del suelo y llegará el día en que los encuentres todos. Llegará el día en que vuelvas a ser tan perfecta por fuera, como lo eres por dentro