lunes, 28 de mayo de 2007

El principio de un final

Se la ve a lo lejos, se marcha con una sonrisa que ella misma con dolor y paciencia, por fin ha podido esculpir en su rostro. Al mismo tiempo que luce con orgullo una gran cicatriz en su alma. Mientras se va, sus palabras flotan en el aire envolviendo a su destinatario en una dulce amargura.


- Esto se acabó hace mucho tiempo, no tengo nada que decirte y me da mucha pena pero es la verdad. Te dije todo lo que te tenía que decir en su momento y no voy a volver a pasar por ello.


Hace mucho que no me consiento pensar en ti. No sé porqué me has llamado. Nunca podría haberme imaginado que yo diría algo así, pero ahora lo estoy haciendo. Ya no te quiero junto a mí, no te quiero en mi vida.


Él ha regresado como si tuviera todo el derecho del mundo, ha irrumpido sin llamar primero y se ha encontrado el más absoluto de los rechazos. Lo único que merece.


Después el silencio, cierra los ojos, regodeándose en su gran victoria, con la expresión de paz en su rostro y tranquilamente se sumerge en el recuerdo. Pero ahora lo hace sin miedo a sufrir las consecuencias, sabe que todo el dolor del mundo lo gastó en su día. El pasado no es problema pues él se ha convertido en un simple reflejo.


Revive la fortaleza que le sacó de aquello, revive el momento en el que se dio cuenta de que por mucho que lo pidiese no se la iba a tragar la tierra, ni iba a encontrar una salida, una vía de escape por arte de magia. El momento en el que entendió que si no luchaba por su vida iba a volver a quedarse sin ella. El esfuerzo, las recaídas, los dos pasos hacia adelante, el inevitable paso para atrás.
Regresa a los días amargos, aquellos en los que no conseguía levantarse de la cama. En los que la esperanza, jugándole una mala pasada, le susurraba al oído que no todo estaba perdido, que tal vez él terminaría por regresar a su lado.


La cicatriz de su alma parece escocerle, pues casi puede sentir todo aquello. El dolor, el dolor en el estómago, tan fuerte le dolía que en ocasiones le costaba trabajo hasta tragar su propia saliva.


La sensación de estar muerta, las ganas de estarlo. La posterior y agria consciencia de estar viva, pues los muertos no sienten. El ácido veneno que recorría sus venas con más fuerza en cada latido de su descompuesto corazón.


La impotencia de no poder salvarse, de envene
narse poco a poco y no poder pararlo. La rabia de ver como su mundo, él único que tenía, se desplomaba sobre su cuerpo sin piedad, como la asfixiaba en una lenta agonía.


La sensación de estar siendo abofeteada una y otra vez, como si alguien le devolviera a fuerza de golpes todo el amor que le había entregado a él en el pasado.


Las ganas de vomitar todas las lágrimas del mundo de una vez por todas y poder así secarse por dentro.


El vacío que él la había dejado y que en ese momento parecía inmenso e incapaz de llenarse con nada.


Las dudas, la rabia, el odio y al mismo tiempo, todo el amor del mundo que ella guardaba celosamente, esperando a que él entrara por la puerta para poder entregárselo.


Lentamente regresa a aquella noche, a la decisión que le quitó la vida para después devolvérsela. Se veía a sí misma suplicándole en silencio, pero ni con eso consiguió conmoverle. Recuerda como él intento en numerosas ocasionas abrazarla y como el cuerpo de ella, que siempre se ha movido por instinto, se protegía rechazándole una y otra vez.


Temblaba de miedo, sabía que significaba perderle pero era su única baza, no tenía más. Le mostró su última carta, en un intento desesperado por salvar aquello, de todas formas ya lo tenía todo perdido desde hacía mucho tiempo. Mientras se desnudaba por dentro no podía contener las lágrimas que rodaban furiosas por sus mejillas y hacían que su voz se resquebrajara lentamente, hasta que se quedó sin ella, hasta que desapareció por completo, ya no tenía nada más que decirle. Ya no le quedaba nada dentro por darle.


Su última frase resonó con fuerza “estar contigo me hace daño, y si no me quiero a mi misma, ¿Cómo puedo esperar que alguien lo haga?”.


Buscó las llaves del coche en su bolso, abrió, se sentó se aferró al volante y mientras arrancaba recordaba cuáles fueron las palabras exactas que le hicieron recuperar su vida y el duro trabajo que le costó pronunciarlas:

“Necesito que me escuches, he venido a decirte algo. He venido a decirte adiós, tranquilo que saldré de tu vida y ni siquiera te darás cuenta de mi ausencia. Para sufrir ya estoy yo, de todas formas, mi corazón está roto en mil pedazos así que ya nada importa demasiado.


Nunca me habría imaginado que un día me podría fijar en ti como algo más que un amigo. Pero lo hice y ¿sabes? A pesar de todo, a pesar del tiempo, nunca me arrepentiré de ello. Te quiero, y ahora te lo puedo decir sin miedo a equivocarme, o a que eches a correr. Te quiero muchísimo, te quiero tanto que me he convertido en una extensión de tu vida. He abandonado la mía para vivir la tuya. Cometiendo así el error más grave, el peor, el que espero no volver a cometer nunca.”


¿Cuántas veces la habían advertido de aquello? Tantas que ni siquiera podía recordarlo “Te mereces algo mejor que él, ¿Es qué no te das cuenta de lo que te está haciendo?, ¿De lo qué te estás haciendo tú?, ¿Es qué no lo ves?”


Ella no veía, no quería ver. No quería nada mejor, le quería a él y le quería suyo, no importaba la forma en que lo tuviera, con el tiempo se enamoraría y le tendría por completo.


Pero no se puede obligar a amar. Como no pudo ser de otra manera, fracasó en su empeño a pesar de que puso toda su alma en conseguirlo. El resultado fue que se quedó sin nada. Un día no pudo seguir negándose la evidencia y por fin entendió que ese amor no era sano. Que estaba sola, que siempre lo había estado. Junto con la sensación de soledad el miedo penetró lentamente en su cuerpo. El miedo a perder lo poco que tenía de él, aunque no tuviera más que lo que a él le sobraba, los desechos que no le hubiera costado trabajo darle a nadie.


A pesar de todo no se arrepiente, pues ella conoció al amor pero él no puede decir lo mismo. Basta que lo desee para volver a los buenos momentos y sentir fluir la felicidad de los primeros días por todo su cuerpo.


Las noches que durmió a su lado, las veces que su cuerpo se abandonó en sus manos, los besos que le dio sin importar que los de él no fueran sinceros. La primera cita con todos sus nervios, la primera vez que salían juntos como algo más que amigos. Y por supuesto, la primera vez que se fijaron el uno en el otro. El maravilloso momento en que unas mariposas aletearon en su estómago para acabar muriendo justo hoy, cuando por fin ella puede empezar una nueva vida.


- Estas guapísima esta noche, ¿Cómo has podido ser así de guapa todos estos años y yo ni siquiera haberme dado cuenta?.

domingo, 20 de mayo de 2007

El color del cáncer

-Te conozco demasiado bien, te pasa algo.

-A mí no me pasa nada…son cosas tuyas, no me pasa nada.

-Pero no hablas, abuelo. Llevas una semana sin hablar.

Y él ya no contesta, sólo mira al frente, hacia el televisor. En la misma postura de siempre. Sin embargo yo sé que no está viendo la tele. Podría cambiarle de canal y ni siquiera se daría cuenta. No sé que es lo que ve, eso sólo su mente lo sabe.

Su mirada tiene el mismo color que su piel, gris. Mi abuelo está gris. El mismo día en que dejo de hablar, de salir de casa, se volvió de ese color y le inunda por completo.

Busco a tientas a mi abuela intentando que aporte un poco de cordura, como siempre. Y con una mirada me lo dice todo. Se ha dado cuenta, lleva cuatro meses haciéndose el tonto pero ya no puede engañarse más.

Mi abuela se acerca me coge de la mano y me arrastra a la cocina. Y yo me dejo llevar mientras él permanece en el mismo lugar de siempre, con el gris como única compañía.

-Dejó de hablar el día que se murió la madre de tu tío, se ha dado cuenta de que él también tiene cáncer. De que se va a morir.

De nuevo me abraza con la fuerza de las mujeres que llevan toda una vida luchando, pero no me deja derrumbarme y continúa.

-Yo lo único que le pido a Dios es que no sufra, que siga como hasta ahora, que no le duela.

Asiento en silencio, el día en que me haga vieja será aquél en el que deje de temer a la muerte para empezar a temer al dolor. Tal y como hace mi abuela. La miro intentando descubrir de donde saca las fuerzas, pero no lo consigo. No me lo puedo explicar.

No puedo parar de pensar, en el año y medio de vida que le daban. En que el tumor lejos de irse o de quedarse quietecito, cada día se hace más grande. O en si la mejor solución es empezar con la quimioterapia, o dejarle como está. Porque está claro que sólo le quedan unos meses. Su color lo dice todo.

Lentamente me dejo caer a su lado, me mira y me sonríe empleando las pocas ganas que le quedan. Se lo agradezco con toda mi alma, pues sé que ya apenas tiene sonrisas y que derroche una en mí es todo un honor.

Le miro pero no le reconozco, ¿en qué momento te has vuelto así? Hace tan solo dos semanas era otra persona distinta. Hace dos semanas se reía conmigo, como siempre:

-¿Sabes Sara?, yo tengo una cosa en la garganta que no me deja tragar. Pero yo sé que no es cáncer, yo sé que es otra cosa.

Y yo me maldecía a mí misma por lo que iba a decir a continuación, pero sabía que era lo mejor, lo mejor para él. Engañarle, por muy mal que suene.

-¡Claro que no abuelo!, pero tú tranquilo que te lo van a quitar. Ya verás como dentro de poco puedes volver a comer chorizo, panceta y…pimiento

-No, no, no. De pimiento nada, eso te lo comes tú. Yo me como la tortilla y tú te comes el pimiento.

-Que no abuelo, que yo paso del pimiento, que no me gusta, no sabe a nada.

-¡Normal! Si ya te lo digo yo siempre, que la misa y el pimiento son de muy poco alimento.

Y a lo lejos mi abuela nos echaba la bronca como siempre

-¡Que te he dicho mil veces que no digas eso! ¡Y tú encima le animas!. Si es que tu padre es igualito que tu abuelo, y tú eres igualita que tu padre y que tu abuelo.

Pero como siempre, sin poder evitarlo, se acababa uniendo a nuestras risas. Mi abuelo se reía, era feliz. Tenía un tumor que no le dejaba tragar, pero era feliz. Sin embargo ahora se ha abandonado frente al cáncer. Ha tomado una decisión. Se está dejando morir.

Le hablo, intento que me conteste, pero él ya no me ve. No ve nada. El gris también está dentro de sus ojos. Apoyo mi cabeza en su hombro, si pudiera convencerle…pero es algo que tiene que hacer por sí mismo. Me da la mano y me la aprieta sin fuerza. Muy bien abuelo, tú has decidido morir y yo he decidido no dejarte solo.

Me reconforto en la idea de que al menos le hemos regalado unos meses de felicidad, de no tener preocupaciones. Recuerdo el día en que nos enteramos, en la mirada de los médicos. Nos reprochaban sin palabras que no se lo quisiéramos decir. Y alomejor en otro lugar, en otro momento, en otra persona hubiera sido una mala idea. Pero no en él.

Al cáncer se le vence luchando, o por lo menos se le gana ventaja. Basta un solo segundo de descanso para tenerlo todo perdido. ¿Y qué más da si eres consciente de que estás luchando o no?, ¿Qué más da que tu propio cerebro te engañe si el fin es salvar a tu cuerpo?

Hay personas que pueden saberlo y otras que simplemente, no pueden. Él es de la segunda clase. Saber y pensar que puede morir le acabará matando. Tal y como está sucediendo ahora.

Desde hace una semana su cuerpo ha dejado de luchar. El día en que se dio cuenta de que tenía cáncer se rindió ante la enfermedad por completo. Asumió que la batalla estaba perdida sin ni siquiera intentarlo. Y el tumor se le come por dentro. Y su vida ya sólo tiene un color, gris. El mismo color de su piel. Empiezo a creer que si el cáncer tuviera color, sin lugar a dudas sería ese; el gris.

-Sara, ¿Cuándo te vas a Suiza?

-No sé, en septiembre, pero todavía no sé la fecha.

-¿En septiembre? No vas a estar en el cumpleaños de tu abuelo.

Y una voz débil, cansada, y gris pronuncia “seguramente yo tampoco”.

jueves, 17 de mayo de 2007

De mudanza

Pues eso chic@s que me he tenido que mudar, Live me dejaba publicar cuando le apetecía y ya no deja ni poner comentarios...no entiendo muy bien por qué...

Me da un poquito de pena porque he perdido vuestros comentarios :( pero bueno, llevaba muy poco tiempo y tenía muy poquitas publicaciones para el Cuentacuentos, así que os las he dejado aquí todas :)

Creo que no tenéis problemas con el blog porque ya he visto comentarios, de todas formas no me extrañaría nada porque estoy bastante verde! en cuanto termine los exámenes me pondré con el diseño ;)

Sed bienvenidos!

miércoles, 16 de mayo de 2007

Vuela Alto

Ni siquiera tuvo tiempo de despedirse, un día, no podría decirte cual, mi niño se fue.
Se alejó de todo lo que tenía, y no se despidió de nadie. A lo lejos pude ver su silueta, huyendo despacito, mientras un rayo de sol le marcaba el camino.
Pero empecemos desde el principio. Todos los días salía mi niño a la calle con su protector sol calentándole la cabeza y su brisa jugueteando con sus rizos. Caminaba por las calles de su tranquilo pueblo entre saltitos traviesos y patadas a pequeñas piedras.
Se dirigía al mar, le gustaba tirarse desde lo alto del peñón de cabeza al agua y sentirse volar durante unos instantes.
Luego nadaba, buceaba y jugaba con los peces todo el tiempo que le permitían sus pequeños pulmones. Así, transcurría un día y otro sin que nada ni nadie lo alterasen, sin que la propia monotonía le fatigase o le hiciera rechazarlo.
Pero un día me dijo que quería volar en otros lugares, que quería conocer el resto del mundo y girar con él en el camino alrededor de su sol. Y mi niño se fue, se alejó de su tranquilo pueblo, de su sol protector, de su brisa juguetona y de sus peces de colores. Él se fue y yo jamás llegaré a entenderle. Nunca comprenderé por qué hizo aquello, por qué lo dejó todo y no se llevó consigo sus alas, por qué abandonó su libertad.
Viajaba por todo el mundo con una sonrisa grabada en su joven cara. Cualquier cosa, por pequeña que fuese le hacía reír, pues consideraba que una postura feliz le haría más corta la espera.
Ayudaba al mundo cuando este le gritaba ayuda. Intentaba comprenderle cuando le mostraba su lado más oscuro.
Lloraba con (o por) el mundo cuando la tierra temblaba bajo sus pies, por las sacudidas que causan los sollozos y por las secuelas que te dejan al sentirlas.
Sin embargo nunca se quedaba más de un día y una noche ¿por qué? El quería ir más rápido que su propio tiempo. Desafió al tiempo y eso jamás se debe hacer. Pues es él quien marca los límites y no al revés, es él quien decide. Siempre hay un tiempo para todo y no debes superarlo.
Por culpa de su error creció rápidamente, creció tan rápido que hubo un momento en que ni su propio sol le reconoció. Sí, su sol, ese que le había visto nacer ni siquiera tuvo tiempo de verle crecer. Cuando quiso darse cuenta su niño había desaparecido.
Durante su viaje a la velocidad del mundo nunca le importó lo más mínimo, es más le gustaba su nueva imagen y lo que llegaba a imponer. Le gustaba que a la gente le asustase su precoz madurez.
Mientras tanto seguía girando y girando con su fiel compañero ofreciéndole calor cuando lo necesitaba y alejándose de él cuando lo rehusaba. Poco a poco fue recorriendo todo el mundo, ciudad por ciudad, pueblo por pueblo. Incluso llegó a los lugares que nadie ha pisado nunca. Hasta que sus pasos le trajeron de vuelta. De vuelta a su tranquilo pueblo, a su brisa juguetona y a sus peces de colores. De vuelta a mí.
Venía triste, su sonrisa había desaparecido.
Intente preguntarle la razón pero no me contestó. Más tarde cuando le vi tirarse desde lo alto del peñón de cabeza al agua, con más cara de resignación que de contento, comprendí que no había encontrado la manera de volar fuera de su monotonía.
Intente ayudarle, intenté hacerle comprender que para encontrar la libertad primero tienes que entenderla, encontrar su significado. Le expliqué que cada persona era diferente, que cada uno teníamos la nuestra y que no se perecía a la de los demás.
Le intenté hacer ver que cuando comprendes el significado de tu propia libertad la llevas siempre contigo. Y que más libre no significa más lejos. Y lo que es aún más importante, no puedes abandonar tu libertad y vivir (o girar) sin ella.
Más tarde le revelé que sus alas estaban aquí, en el peñón, en el pueblo, en mí.
Fue entonces cuando lo comprendió todo. Fue entonces cuando su anciana cara me miró y me regaló una sonrisa y desde ese día no ha dejado de sonreírme.

******
Para ti J, porque hace tiempo me pediste “un canto a la libertad” tal y como tú la habías entendido. Sé que cometiste muchos errores buscándola, que los excesos del pasado te dejaron sin futuro. Pero también sé que para ti mereció la pena, porque lo conseguiste. Al final la comprendiste y la encontraste. Y desde aquel momento no dejaste de ser libre ni un solo segundo.
Siento que se me hiciera tan tarde, siento que el cuento no llegara a tiempo, pero espero que lo estés leyendo desde el cielo. Desde donde no dudo que sigues siendo libre y conservas tu sonrisa.

Diálogo entre Generaciones

- ¡Hola! ¿Bailas conmigo?

- ¡Venga abuela! ¿Qué tú le pediste bailar a él?...

- Sí, eso es, yo le pedí que bailara conmigo.

- Pero abuela, eso no puede ser, vosotros erais de pueblo. De uno grande, pero de pueblo. Y en los pueblos eso no pasaba. No me engañas…

Reí con ganas la ocurrencia de mi nieta, la verdad es que recordar ese día me sigue haciendo gracia

- Es cierto, pero no te engaño. ¡No lo haría aunque pudiera! Tu abuelo no se decidía a pedírmelo ¿sabes?. Se limitaba a plantarse delante de mí, sin decir una sola palabra y yo acabé cansándome. Lo que unas cuantas viejas chismosas pudieran decir de aquello me traía sin cuidado, y a tu abuelo también…pero en fin volvamos a la historia

Como te estaba contando, eran las fiestas del pueblo. Tu abuelo estaba embobado mirándome sin atreverse a decirme nada. Y yo me acerqué y le dije: “¡Hola!, ¿Quieres bailar conmigo?”. ¡No te puedes imaginar lo que le cambió la expresión del rostro!. Pensé que se iba a dar la vuelta e iba a salir corriendo, pero no. Me sonrió y me dijo “sólo si me prometes que bailaré contigo el resto de mi vida”

Al poco tiempo nos casamos, éramos muy jóvenes y vivimos muy felices. Yo tendría unos años más que tú pero no muchos más, por eso nunca podré decirte que lo que te ha pasado es una tontería y que se te pasará... Ojala pudiera…

-¿Cómo era el abuelo?

Pues la verdad es que era un hombre muy guapo, tenía la piel morena y suave y un pelo tan negro como el tuyo. Sus ojos eran los mismos que los de tu madre, grandes, almendrados, de un verde tan intenso que incluso hacía daño cuando te miraba. Te lo juro, cuando me miraba con aquellos ojos el mundo a mi alrededor se paralizaba por completo.

Tu abuelo era muy inteligente, lástima que no le sirviera de nada el día que le hacía más falta…

Se pasaba las horas leyendo, le traían todos los días el periódico y lo leíamos juntos. Te parecerá una tontería, leer el periódico es algo muy normal. Pero en el pueblo no muchos sabían leer y desde luego que los que sabían no leían el periódico.

Yo siempre le decía que había nacido unos años antes de los que le tocaban y él se reía, pero era cierto. No era un hombre machista, como habría sido lo normal. Me escuchaba, nada le hacia más feliz que saber cuál era mi opinión. Fuimos muy felices, mucho.

Eso sí, tu abuelo era muy bruto, tan bruto como su madre. Como se le metiera algo en la cabeza…

- El abuelo era rojo ¿verdad abuela?

¿Quién?, ¿Tu abuelo? ¡Que va! Él no era ni de unos ni de otros, le gustaba decir que tenía sus propias ideas “porque no van a venir una panda de burros que en su vida han leído un libro a decirme lo que tengo que pensar”. Y con esto se refería al alcalde y a todos para los que trabajaba. Como tu abuelo era tan listo intentaron mil veces que ocupara un cargo en el ayuntamiento pero no lo consiguieron.
Él no era de ningún bando, pero la dictadura acabó con él, como con tantos otros

- Pero entonces no lo entiendo, ¿Qué fue lo que pasó? Porque en fin el abuelo no era nadie importante…sólo era el jardinero del ayuntamiento…

Si es verdad, tu abuelo no era importante, pero ya te he dicho que en el fondo era muy bruto y nunca se callaba. Yo se lo advertí mil veces pero nunca me escuchó “yo nunca le he hecho nada malo a nadie, ¿quieres tranquilizarte? Contra mí no tienen nada”

Pero se equivocó, sólo cometió un error grave en su vida y ese error acabó con él.

Un día se presentaron en casa y se lo llevaron. Yo no estaba pero me lo contó la vecina. Le metieron en la cárcel y no le vi nunca más. Si lo hubiera sabido, si hubiera sabido que ese iba a ser el último día que lo viera…

A los pocos meses recibí una carta y supe que le iban a matar. Yo albergaba la esperanza de que le soltaran. Como bien has dicho tú, él no era nadie y era cierto que nunca había hecho nada malo. Su muerte no tenía sentido ni razón de ser pero le mataron igual y me quitaron lo que más quería. En la carta sólo me decía “gracias mi amor por cumplir tu promesa. Ni un solo día he dejado de bailar a tu lado”

El resto era para tu madre, sé que de lo que más se arrepintió en su vida fue de no haberla conocido. Nació a los pocos meses ¡pobre hija mía! Tardé mucho tiempo en quererla. Me recordaba tanto a él, esos ojos….

Nunca supe quien le denunció, sólo sé que por algún extraño motivo le quería muerto. Por aquella época, tu abuelo había empezado a llevar la contabilidad de una casa y le acusaron de robo. No estuvo más de tres meses en la cárcel cuando le concedieron el indulto. Pero alguien se encargó de retenerlo durante unas horas. Cuando llegó el indulto y fueron a sacarle de la celda le acababan de matar.

Me pasé mucho tiempo intentando dar con el culpable pero no le encontré, al final me fui del pueblo. No soportaba la idea de vivir con el asesino de mi marido sin tener la oportunidad de vengar su muerte. Porque lo hubiera hecho, le hubiera matado con mis propias manos y no me hubiera arrepentido nunca.

Escúchame cariño, has tenido tu primer desengaño amoroso. Eres muy joven, los adolescentes de ahora os creéis que lo sabéis todo pero no es verdad. Yo no te puedo decir que lo olvidarás con el tiempo, pero si puedo decirte que todavía te quedan muchos más golpes. No sé si peores pero desde luego que te quedan más.

Dicen que el tiempo lo cura todo, pero ¿sabes? Es la mentira más grande que te pueden contar. El tiempo no puede curar cosas así, pero te puede ayudar a encontrar la forma de salir adelante

Yo lo hice, tuve que hacerlo, tenía una hija. Y te juro que no quería, que hubiera dado cualquier cosa por haberme muerto con él. Pero tuve que salir adelante como tantas otras mujeres. Al final me di cuenta de algo importante, sólo perdemos aquello que hemos tenido, ¿entiendes? Si yo perdí a tu abuelo fue porque lo tuve. Piensa que cuanto más te duele el golpe, es porque la caída viene de muy arriba, de muy muy arriba. Y eso no te lo puede quitar nadie, no lo consientas.

Lo que te quiero decir es que pase lo que pase, no se te ocurra refugiarte en la tristeza y en la rabia que sientes ahora. No es buena idea. Si necesitas refugiarte en algo hazlo en toda la felicidad que sentiste antes de que todo se volviera contra ti.

Llora todo lo que tengas que llorar, hasta que te canses, hasta que te quedes vacía por dentro. Pero luego levántate, lávate la cara y sal a la calle con una sonrisa. Tienes una cara hecha para sonreír así que no la desaproveches nunca. Además has de saber que las mujeres de esta familia no se permiten el lujo de pasarse más de dos días seguidos llorando. Nosotras, hemos nacido para luchar.

EL MEJOR DE MIS RECUERDOS

El título de aquel libro llamó poderosamente mi atención, hasta el punto de obligarme a detenerme delante de él. Mi subconsciente lo había reconocido enseguida, mi cabeza giró, mi cuerpo se rindió por completo a su voluntad. Cada uno de mis movimientos tenía un solo fin, sacarlo de aquél estante y hacerlo mío.

Mis dedos se aferraron al lomo ansiosos por acariciarlo, era mi libro, era mi historia. Los mejores momentos que he vivido nunca están unidos a él. No puedo hablar de todo aquello sin nombrarlo
- ¿Srta., quiere que se lo cobre o prefiere seguir mirando?
- ¿Qué?...Eh, si perdone, estaba….me lo llevo.
En casa, ¡Al fin! No veía la hora de llegar, corrí a mi habitación, me tiré en la cama y me sumergí en sus páginas. Ahora sí, ahora podía empezar a recordar… Me abandoné en mis sueños, casi podía sentir todo lo que ocurrió esa noche.

Tenía 20 años, había sido un año horrible, había aprendido de una forma brutal lo que duele la vida. Por ese motivo decidí marcharme. No era por aprender un idioma nuevo como hice creer a todo el mundo, era porque tenía una herida tan profunda que sólo la distancia conseguiría que dejara de sangrar.

La ciudad me enamoró nada más aterrizar, y yo se lo puse fácil, no tardé ni un segundo en rendirme a sus pies. No podía creer lo afortunada que era, cada detalle, cada persona que conocía me hacían más y más feliz y me herida se hacía más y más pequeña.

Cuando ya no quedaba nada para regresar a casa le conocí, fue amor a primera vista, sus ojos azules me atraparon y por mucho tiempo que haya pasado aún no me han dejado escapar. Después de tanto tiempo, no puedo evitar al recordarle que se me escape una sonrisa y ruede una lágrima por mi mejilla….

Él fue el causante de que mi estancia en ese país se hiciera más larga de lo debido: “Mamá escucha, te lo estoy pidiendo por favor. Soy feliz, más de lo que lo he sido nunca, necesito quedarme. Para ti son solo unas semanas más sin verme, pero para mí… El día en que yo me suba a ese avión, lo perderé todo ¿Lo entiendes mamá?, ahora más que nunca necesito que me entiendas” Mientras él me cogía de la mano esperando impaciente que le diera la mejor de las noticias. “Por favor quédate conmigo, no regreses todavía a España, no desaparezcas de mi vida tan pronto”

Se llamaba Javi, tenía 22 años y las mayores ganas de vivir que había conocido hasta entonces. Supimos al instante que el resto del tiempo lo pasaríamos juntos, ¿Cuántos días nos quedaban?, ¿Cuatro?, ¿Cinco? ¿Una semana quizá? Lo que fuera, pero siempre juntos, ya habría tiempo de separarse después, de echarse de menos.

Me trasladé a su piso a los dos días de conocerle, no parábamos de hablar, de reírnos de todo. Recorríamos la ciudad dados de la mano, sintiendo como el tiempo se nos escapaba entre los dedos. Nunca antes había sentido la necesidad de que se parara el reloj, justo ahí, en ese instante. Lo deseé tanto que por un momento pensé que se podría cumplir.

Pero la vida pasa y no espera a nadie. La última noche que pasé a su lado fue simplemente la mejor noche de mi vida y el mejor de mis recuerdos.

Serían las cinco de la mañana, se incorporó, me miró, me dedico una sonrisa y se levantó de la cama. Fue hacia la mesa, despacio, recreándose en sus suaves movimientos y cogió algo. Lo cogió con cuidado, como si temiera romperlo, lo acarició y me lo tendió.

Lo recibí entre mis manos, sabía que era importante, importante para él. Le miré a los ojos y me encontré con los suyos invitándome a descubrirlo. Era un libro, se sentó a mi lado y me contó su historia

- ¿Lo has leído? Me preguntó al mismo tiempo que me acariciaba la espalda
- No, había oído hablar de él, pero nunca lo he leído.
- Debes hacerlo, a mí me cambió la vida. Me hizo darme cuenta de algo ¿sabes? Todo pasa por algún motivo.
De repente me abrazó, me abrazó tan fuerte que pensé que iba a romper a llorar.
- Lo que te pasó a ti, lo que te hizo venir hasta aquí, eso no ha sido casualidad, ¿me entiendes? Tenía que pasarte algo muy malo, tenía que ocurrirte algo que te obligara a estar aquí ahora. Porque si no tú nunca lo habrías hecho, ¿Me equivoco?
- No, supongo que tienes razón, yo no estaría aquí de no haber sido por…
- A eso me refiero, tú no estarías aquí y yo no te habría conocido. Hay veces que es necesario estar mal, para después estar muy bien. Todo pasa por algún motivo, nada es casualidad. Eso es lo que me enseñó este libro y es lo que quería enseñarte a ti. Tú viniste buscando la felicidad, era tu sueño. Querías ser feliz y el universo conspiro para que nos encontráramos.
No sé el tiempo que siguió abrazándome, sólo sé que no paraba de hablar y yo no podía contener las lágrimas.
- Sara he estado pensando
- ¿En qué?, ¿En qué has estado pensando?
- Quizá pueda arreglarlo para quedarme solo un mes más, y luego puedo volver. Puedo volver a España, puedo pedir el traslado a Madrid. No sería mañana claro, tendríamos que esperar pero…no sé Yo no puedo seguir pidiéndote que te quedes, tienes que volver, tienes un examen, tienes una vida…Ni siquiera puedo pedirte que vuelvas al terminar tus exámenes porque tienes que seguir estudiando… - Pero Javi no puedes volver, has luchado mucho para conseguir esta beca. No puedes dejarlo, tienes que seguir.
- Si pero puedo no hacerla, siempre puedo abandonar, no me importaría si tu fieras el motivo, te quiero.
- Pero no…
- No Sara déjame hablar, eres la mujer de mi vida y ahora lo sé. Nunca esperé encontrarte, soy tan difícil de entender… Pero tú lo haces a la perfección, me complementas. Sin ti mi vida no tendría sentido, ¿Qué voy a hacer sin ti? Necesito despertarme a tu lado cada día, saber que estás entre mis sábanas... Pero si te vas, si te vas de mi cama no voy a poder siquiera conciliar el sueño.
- Sabes que no podemos, yo también te quiero, pero los dos sabíamos que esto acabaría el día en que yo me fuera. No es nuestro momento, nos hemos conocido en el momento equivocado.
- Lo sé, no me hagas caso.
- Javi yo no me perdonaría nunca que lo abandonaras todo por mí. No puedo pedirte eso, ¿No lo entiendes?.
- Claro que lo entiendo, no tengo más remedio ¿no?. Por favor no llores, eres lo mejor que me ha pasado. Prefiero estos días contigo, haberte conocido, haber sido tan feliz en tan poco tiempo, que haberme pasado toda la vida sin ti.
Me besó, me cogió la cara entre sus manos y me hizo prometerle que al llegar a España leería el libro, que cada vez que no encontrara sentido a nada, leería el libro. A las pocas horas nos pusimos en marcha, mi vuelo saldría enseguida. No nos soltamos hasta que pasé el control, pero antes de irme me di cuenta de algo;
- Javi, ¿Cuál era tu sueño?
- ¿Qué? Me preguntó mientras se giraba hacia mi voz y se sacaba las lágrimas al mismo tiempo
- Mi sueño era ser feliz, pero ¿Cuál era tu sueño? ¿Por qué me has conocido?
- Mi sueño, sin duda, era encontrarte

Fue la última vez que le vi.

Me subí a mi avión, me senté en mi asiento y saqué el libro de mi bolso, El Alquimista de Paulo Coelho, no paré de leer en todo el viaje, excepto cuando me despedí de la mágica ciudad que estaba abandonando, Nueva York.

Aquella despedida la guardaré en mi corazón el resto de mi vida junto con cada uno de los momentos que pasé a su lado. Ahora cada vez que quiero reencontrarme con él, cada vez que una nueva herida se abre y necesito que alguien me diga “esto también pasará”, leo este libro y dejo que sus palabras me lleven hasta él, hasta Javi, hasta nuestra ciudad.

Las personas estamos hechas de recuerdos, por mucho que intentemos olvidar, ellos siguen ahí, viven con nosotros. Seguramente nos dejen tranquilos por un tiempo. Se apagan, nos dejan seguir con nuestra vida. Ellos esperan pacientes hasta que de repente, algo ocurre y se despiertan. Quizá sea una canción, un aroma, una frase, un lugar… o como en mi caso, un libro.
Para Javi, donde quiera que estés, gracias por regalarme este libro y por formar parte de mí, siendo el mejor de mis recuerdos.