lunes, 16 de febrero de 2009

El veneno del alma

Los países enfermaron de guerra y comenzaron a vomitar sangre que salpicaban sin compasión a todo aquél que como yo, fuimos a encontrarnos con la muerte.

La mirábamos día tras día a la cara hasta que nos quemaban las pupilas bajo las lágrimas, hasta que por nuestro propio bien aprendimos a no mirarla. Dejamos también de oír los gritos, de oler el miedo y de sentir las muertes. La culpa se hizo a un lado y sobrevivimos vacíos por dentro con nuestros sentidos perdidos en algún lugar de aquél infierno. Hasta el día que acabó todo, el día que ya no quedó nada y volví al abrigo de esta casa donde tú me esperabas.

Pero la verdad es que la sangre que me salpicó me envenenó de guerra y desde entonces cada noche cierro los ojos y regreso. Mis ojos ven la súplica en la mirada de los niños que ignoré en su día. Me miran con los ojos vacíos y su madurez me asusta. La culpa ha vuelto y me reclama.

Me traslado al infierno, siento en mi piel el calor y en mi conciencia el peso de mi arma. Respiro el olor ácido de la sangre y la metralla. Me abro paso entre los edificios que más que alzarse sobre el suelo parecen ser basura escupida por el cielo que cayó de cualquier manera sobre el negro asfalto.

El asfalto, la tumba de muchos que no tuvieron mejor sitio donde caerse muertos. El suelo donde vivieron el fin de sus días. El mismo que los otros, los supervivientes miran ahora al pasar rezando y recordando a todos aquellos que se hundieron allí mismo, en un día maldito.

Mis rodillas se doblan, mi sudor se resbala, mis dedos vuelven a tocar aquella tierra escarlata y de nuevo siento el dolor que me causa el veneno al traspasar mi piel. Ahora corre por mis venas, está en todas partes no hay nada de mí en este cuerpo, no queda nada sano. La guerra me enfermó el alma y por mucho que lo intentes nunca conseguirás curarla.

Por eso me lo llevo. Me llevo mí veneno a un lugar donde no te pueda hacer daño, lo entierro en el suelo donde no pueda alcanzarte. Seguramente no lo entiendas pero cada noche la guerra me visita, me susurra al oído con su aliento helado y se alimenta de mis entrañas. Ella, la guerra, me reclama. No puedo seguir acostándome a tu lado y que llegue el día en que tú también la oigas.

Sé que rezaste para que volviera, que viviste tu propio infierno, que sólo fuiste feliz el día en que volví al calor de esta casa. Pero aunque no lo creas, nunca lo hice, mis pies nunca atravesaron la puerta, nunca volví a casa. Lo cierto es que desde entonces en aquel asfalto también yace mi alma.



Imagen: Fikmonskov

5 comentarios:

Popi dijo...

Esto de escribir tiene su rollo histriónico, no? Meterse en la piel de algo sin haberlo vivido, intentar ser fiel a unos sentimientos que muchas veces no has sentido. Supongo que será una de las causas de su vicio. Me descuadra lo del asfalto, pero como esto de leer también tiene su rollo histriónico, lo interpreto como me parezca y me quedo tan ancho. Supongo que será una de las causas de su vicio. XD
Un besillo.

Sara dijo...

Muy intenso...

Tiene que ser imposible vivir así.

Un saludo.

Pugliesino dijo...

Sus pies nunca entraron en casa.Me detuvo la frase en la lectura que iba haciendo.Pienso que encierra en ella toda la rabia y el dolor del que narra,envenenado,herido.
No ubicaba el relato pero le das tal fuerza a la narración que no hacía falta mas.
Un abrazo elbético :)

pepito pe dijo...

guau! es todo cuanto alcanzo a decir, madre mía, menudo dolor el de un alma tan atormentada, estoy de acuerdo con sara en que es imposible vivir así, no hay ser que se sostenga sobre esos pilares de dolor.

Me ha encantado la lectura, un poco angustiosa por lo bien que expresas el estar dentro de la piel de otra persona, xo al fin y al cabo, una belleza en tu escritura ^^ tasnti baci!

Paula dijo...

La guerra siempre enferma el alma, y los que van a ella es imposible que regresen como eran antes, llevan a sus espaldas más dolor del que nunca podamos imaginar.

Me ha gustado mucho tu historia. Has sabido reflejar muy bien los sentimientos del protagonista, ayudándonos a acercarnos a su angustia y dolor.