martes, 19 de junio de 2007

La habitación del deseo

La habitación del deseo es tuya, es mía, es nuestra. ¿La conoces? Es esa habitación que buscamos incansables cada noche. Acércate y dame la mano que te llevaré de nuevo hasta dentro. Ven y no tengas miedo. Mi cuerpo desnudo no es capaz de guardarte ni un solo secreto.


Entrégame tu aliento, acaricia con él mi cuello. Concédeme tu cuerpo y deja que mi lengua haga el resto, prometo hacerle agitarse de placer a cada momento. Cúbreme con tu piel, cobíjame entre tus dedos que yo te arroparé con mi fuego. Mírame a los ojos y te verás reflejado en ellos.


Dibújame con tus manos sin olvidar un solo rincón de mi cuerpo, siente en cada latido lo mucho que te deseo. Déjate asfixiar por mi lengua, yo te devolveré la vida en cada movimiento. Relájate que yo te sostengo bajo mi peso, y ámame hasta que te duela por dentro.


No quiero que pienses, en esta habitación no hay sitio para eso. Derrama tu aroma en mi piel, mientras yo trepo por tu pecho. Sáciame la sed en tus labios, exijo tu saliva para sofocar este fuego. Concédeme este privilegio.


Que la electricidad que fluye por mi columna ilumine la habitación del deseo. Véncete a mi cintura, deponte a mis caderas y dame acceso a tu cuerpo. Empápame en tu sudor, cubre con él este lecho. Quiero sentirte dentro.


Indaga entre mi pelo, ábrete paso entre mi carne y cólmame de besos. Observa como la pasión me hace vibrar por dentro. Muérdeme, atrápame entre tus dientes, no dudes en hacerlo. Lléname de placer y vacíame de deseo.


Mézclate conmigo deja que te absorba en cada uno de mis movimientos. Y ahora que mi forma se confunde entre tu cuerpo, resbálate conmigo, retenme bajo tu peso y acaricia mi alma desde dentro.

martes, 12 de junio de 2007

Jugando con la arena


El gatito correteó juguetón entre sus piernas apenas puso un pie en el jardín de su antigua casa

- -¡Luna! ¿Eres tú? Dijo el chico al mismo tiempo que se agachaba para comprobarlo

-No es Luna, es Golfo el hijo de Luna ¿O es que no ves que es muy pequeño?

Alex giró sobre si mismo y descubrió unos ojos tan azules como el cielo que intentaban alzarse por encima de la valla. Mientras se acercaba para poder ver bien a su dueña ella seguía diciendo.

-Primero le quería llamar negrito, pero luego le puse Golfo porque es muy malo y siempre se escapa ¿Tú crees que los gatos negros traen mala suerte?

-Eh…no! – respondió Alex y antes de darse cuenta la niña corría gritando hacia el interior de la casa

-¡Mamá! El señor de al lado tampoco cree que los gatos negros den mala suerte

Y fue entonces cuando la vio, no había cambiado nada era como si no hubiera pasado el tiempo. Le basto un segundo para reconocerla, incluso podría decirse que la reconoció antes de que saliera al jardín. A ella tampoco le hizo falta mucho más tiempo, en cuanto escuchó la frase “el señor de al lado” corrió hacia él con una sonrisa en la cara.

-¡Alex! Pero… ¿qué estás haciendo aquí?

-¡Dios mío Lucía yo iba a preguntarte lo mismo!

Se fundieron en un abrazo inmenso, tratando de recuperar el tiempo que habían estado el uno sin el otro. Un abrazo que a ellos les supo a poco pero que a Julia empezaba a parecerle eterno.

-Mamá vamos a jugar con la arena, tú te puedes venir si quieres- le dijo a Alex- pero tu Golfo no, tu hoy estas castigado.

Se alejaron por el camino que conducía a la playa, aquel que Lucía y Alex habían recorrido tantas y tantas veces

-Cuéntamelo todo, llevo tanto tiempo sin saber de ti

Lucía miró al suelo mientras Alex la rodeaba con su brazo. No sabía por donde empezar, le buscó con los ojos para poder serenarse en los suyos y comenzó su historia.

-Bueno empezaré desde el principio, desde la última vez que nos vimos, hace ya una eternidad.

Alex sonrió, realmente había pasado mucho tiempo desde que Lucía abandonó el pueblo gracias a una generosa beca y se puso rumbo a Londres para empezar sus estudios universitarios. Después de ese día, el también tuvo que buscarse otro lugar. El pueblo sin ella estaba vacío.

-Al principio vivía en un hostal, no recuerdo el nombre pero sé que estaba entre Camden y Regent’s eso sí que lo sé. Yo no estaba segura de haber hecho lo correcto, dejaba muchas cosas aquí y no sabía si iba a encajar en Londres. Pero cuando llegué al hostal y vi los canales supe que no me había equivocado. Es como una Venecia en pequeñito, precioso y es una pena que no sea de lo más conocido de allí. Seguro que tú no lo sabías.

-La verdad es que no, pero bueno, yo nunca he estado en Londres

-Bueno como te iba diciendo me enamoré de Londres y su “little Venice” nada más llegar. Además la ciudad me lo puso muy fácil, allí puedes encontrarte gente de cualquier parte del mundo pero todos coinciden en algo, todos nos sentimos londinenses el tiempo que vivimos allí.

Al día siguiente descubrí el mercado de Camden, de ese sí que habrás oído hablar. Esos colores, la mezcla de culturas, de razas, de estilos de vida. Es algo que caracteriza a la ciudad pero que en Camden se hace muchísimo más patente. No puedes visitar ese mercado y salir de allí siendo la misma persona. Tiene tanta magia, no sé lo que es pero algo allí te cambia por dentro.

A los pocos días me trasladé a la residencia del King’s College la verdad es que estaba muy bien, vivía en el centro cerca de Tottenham, en perpendicular a Oxford Street prácticamente al lado del Soho. Además no tuve que renunciar a Regent’s park donde me perdía en cuanto tenía un rato, podía ir andando hasta él sin demasiado esfuerzo.

-¿Regent’s Park? Le interrumpió Alex

-Si, la verdad es que no es tan conocido como Hyde park pero desde luego que es muchísimo más bonito. Tiene unos jardines increíbles llenos de rosas dibujando formas imposibles. El lago, la cascada pequeñita y escondida que tanto trabajo nos costó encontrar a Mateo y a mí…

-El italiano

-El mismo, respondió Lucia con una franca sonrisa adornándola el rostro.

-¿Le conociste en el...King’s?

-¡No que va! Eso habría sido imposible. No sabes lo grande que es el campus donde yo estudiaba. Todos los días me perdía en esa maraña de pasillos y puertas. Lo bueno es que cada día descubría una cosa nueva, un jardín interior, una capilla tan grande como la iglesia del pueblo, una terraza altísima desde donde se veía todo Londres…no, allí habría sido imposible. A mateo le conocí en otro sitio

Lucía se tomó una pausa para sentarse en la arena desde donde poder ver a Julia que jugaba en la orilla ajena a lo que ocurría a su alrededor. Alex se sentó junto a ella y de nuevo la volvió a coger entre sus brazos.

-Una tarde volvía por Oxford Street desde Oxford Circus cuando de repente me fijé en un cartel que colgaba de un reloj “Saint Christophers Place” y una mano que señalaba un diminuto callejón en el que nunca antes había reparado. Lo atravesé y de repente me vi en medio de una plaza repleta de bares y restaurantes, muy parecida a la plaza del pueblo. ¡Nunca me habría imaginado que un lugar así podría estar en medio de una gran ciudad como esa!. En esa plaza, en una de las esquinas, hay un edificio pintado de azul con toldos azules, “La Creperie”. Me llamó la atención nada más verlo. Mateo era el camarero, empezamos a hablar y…bueno el resto ya te lo imaginas.

-Si la verdad es que puedo imaginármelo- dijo Alex mientras dirigía su mirada a Julia que seguía jugando en la arena.

-Y sin embargo, Julia no es hija suya- respondió Lucía con los ojos cargados de lágrimas.

Alex se sorprendió y la abrazó aún más fuerte pero a la vez con toda la dulzura del mundo. Podía sentir su dolor y el trabajo que le estaba costando contar aquello.

-Mateo se volvió un mes a Milán porque operaron a su madre y yo me quedé en Londres, no me apetecía nada volver aquí y mucho menos al enterarme de que tú también te habías marchado. Ese día discutimos por una tontería, ni siquiera recuerdo que fue. Pero en aquel momento me pareció un mundo así que me fui a una fiesta que daban los de la London. Bebí tanto alcohol, estaba tan enfadada. Ni siquiera sé su nombre, tampoco le pongo cara, no me acuerdo de nada. Solo sé que por la mañana me desperté en su casa y no paré de correr hasta que encontré un cab que me llevó de vuelta. No pude dejar de contárselo a Mateo, no me parecía justo. Con el tiempo me perdonó, pero cuando nos enteramos de que estaba embarazada…

-¿No pensaste en abortar?

-Si, lo pensé mil veces- dijo Lucía al tiempo que asentía con fuerza y trataba de contener las lágrimas- pero no pude. Estaba en la sala de espera de la clínica y no pude hacerlo. Aun así Mateo y yo lo seguimos intentando pero no pudimos con todo, se nos vino encima. Yo tenía 22 años todo me venía demasiado grande. Tuve que volver al pueblo. No tenía dinero, estaba sola y Londres es una ciudad muy cara, no habría podido sacarla adelante, ni a ella ni a mi.

-Pero ¿cómo…?

-¿Qué cómo lo hice? –dijo Lucía con una amarga sonrisa en el rostro- pues tragándome el orgullo, en ese momento yo ya había dejado de pensar en mí. Sabía que iba a ser difícil, ya sabes lo mal que me llevo con mi padre y volver así y encima embarazada…Pero con el tiempo y con mucho esfuerzo por ambas partes hemos conseguido llevarnos bien y a Julia la adora. Igual que todo el mundo aquí ¡pero es que es tan fácil quererla!

-Lo has hecho muy bien, Lu, deberías estar orgullosa.

-Lo estoy- dijo Lucía con las lágrimas rodando por sus mejillas- es mi hija, lo mejor que tengo, lo mejor que he hecho. Sé que cometí el error más grave, el que me hizo perder a Mateo y a Londres. Pero lo volvería a hacer mil veces si fuera necesario, por ella todo merece la pena. Ojala todos las equivocaciones de mi vida tuvieran como recompensa algo tan maravilloso como Julia.

Estuvieron abrazados mucho tiempo, mientras observaban a la pequeña en la orilla y recordaban tiempos pasados. Aquellos en los que jugar con la arena era la mayor de las delicias.

-No me has contado lo que te ha pasado a ti

-¿Y por qué crees que me ha pasado algo?

-Todos los que volvemos lo hacemos por dos motivos, o la ciudad se nos hace demasiado grande o algo nos obliga a volver y puedo leer en tus ojos que tú lo has hecho por lo segundo

Alex sonrió y la besó en la frente, a pesar de todo el tiempo que habían estado separados era como si nada hubiese cambiado entre los dos. Como si todos los años que habían estado juntos hubieran construido un muro que conservaba su relación transformándola en eterna.

-No puedo engañarte, nunca he podido. Pero ¿qué te parece si nos vamos a jugar con Julia y te lo cuento mañana?

domingo, 3 de junio de 2007

Vestido de blanco

-Yo soy tu padre, a mí me lo puedes contar

Pero él no quiere hacerlo todavía, aprieta los labios en una mueca aterradora, intentando que su dolor no sea tan evidente. Tiene los ojos repletos de lágrimas pero no quiere llorar, lleva horas luchando y no se va a rendir ahora. Por su expresión podíamos casi adivinar las palabras exactas que se repetía mentalmente “yo soy un niño, los niños no lloran” .Trataba de entender, de comprender lo que había pasado, pero sólo tiene seis años. No se puede entender algo así tan pronto.

Cuando le abrí la puerta de casa supe que algo había ido mal, le vi entrando vestido con su traje blanco arrastrando con su pequeño cuerpo la marca negra de la derrota. Lo reconozco, no pude evitarlo, se me calló el alma a los pies. Fue a hacerle compañía a la suya que yacía en el suelo desde hacía ya un rato.

Estaba en medio del salón, de pie, no quería sentarse. Miraba hacia abajo y contenía las lágrimas, sólo eso, sólo contenía las lágrimas. Hasta que de repente se le hizo muy difícil y tuvo que ayudarse apretando sus pequeños puños, mientras un crujido de papel inundó por completo la estancia.

Me acerqué a él lentamente, “cariño, vas a romperlos, ¿quieres que te los guarde?”. Se movió despacio, como si le costara una vida separarse de aquellos papeles arrugados. Ni siquiera me miró, no podía levantar la cabeza. La decepción le pesaba demasiado.

Mientras repasaba uno a uno los autógrafos que él me había entregado entendí que era lo que iba mal. Estaban todas. Todas y cada una las firmas de los jugadores de la Selección que habían consentido en perder un segundo de su tiempo para hacer feliz a un niño, sin tener en cuenta el color blanco de su traje. Estaban todas excepto las más importantes.

Y fue entonces cuando levantó la vista del suelo para acabar desplomándose sobre él, reuniendo de nuevo a su pequeño cuerpo con su dolorida alma:

-Me he vestido como ellos, pero no han querido firmarme, ninguno. Se lo he pedido pero no han querido y me han dicho que no y me han empujado y se han subido al coche y…y…

Y las lágrimas no le dejaron continuar, se hicieron las dueñas de su voz y de sus ojos.

Lloró durante horas, no había consuelo para él. Sus ídolos le habían defraudado. Con sólo seis años y vestido de blanco le habían enseñado que las cosas no son lo que parecen, o como uno se las cree y que no siempre se consigue lo que uno quiere.

-¿Sabes qué?- le dijo su padre- Nos vamos a hacer del Barça, o del Atleti, ¿Qué me dices Pablo?

Pablo suspiró al mismo tiempo que observaba el traje que no había querido quitarse ni para meterse en la cama. Haciendo el mayor esfuerzo de la noche, empujó hacia abajo las lágrimas que aún no le habían concedido ni un solo segundo de tregua, y acertó a decirnos entre balbuceos:

-Pero yo no puedo ser del Barça, ni del Atleti. Papá, yo soy del Madrid.

No pude evitar sonreír. La vida le había enseñado lo mucho que duele la decepción y la derrota, pero no había conseguido enseñarle lo que significa la venganza. Ni siquiera había logrado dejar una sola mancha en su blanca, limpia y brillante lealtad.